Laberinto de Sangre by Raúl Garbantes

Laberinto de Sangre by Raúl Garbantes

autor:Raúl Garbantes [Garbantes, Raúl]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Policiaca, Suspense
editor: Autopublicamos.com
publicado: 2019-01-16T23:00:00+00:00


Capítulo 26

Keneth Door, ese era el nombre del tipo. No es que Sean se hubiese acordado, en un momento de lucidez, sino que el otro le extendió una tarjeta. Una muy diferente a la que le había dado la primera vez que lo visitó, y que bajo el nombre decía —aquí sí a Sean lo ayudó la memoria— «RR. PP. y organizador de eventos de la Miller Company». Esta nueva insignia no decía nada de eso, solo figuraba el nombre de Door, en el centro, y a la tarjeta entera la adornaba un marco dorado con lo que parecían ser rostros de leones en los extremos.

Aunque Sean no lo tenía claro, un olor extraño, denso y dulce, se le colaba por la nariz. Él aún sostenía la tarjeta frente a sus ojos, casi sin poder moverse, y los leones daban la perturbadora impresión de devolverle la mirada. Y por pequeña que fuese la imagen, Sean hubiera jurado que los ojos de esos animales modificaban su naturaleza: las pupilas se angostaban, cambiando de la habitual forma redonda a una suerte de ojiva. Ya no asemejaban ojos de león, sino de cocodrilo o algo así. Y ahora los leones, o lo que fuera, se movían como imágenes espejándose en aguas inquietas.

—Sé que esto es un poco intempestivo —dijo Door, y Sean escuchaba aquella voz profunda cada vez más lejana y cavernosa, como salida de los principios del tiempo —, pero necesito que me acompañe.

Sean debió hacer un esfuerzo enorme para contestar:

—¿A.. Ahora?

El otro asintió con la cabeza, sonriendo, mostrándole los dientes blancos.

—Ahora.

Hubo un silencio. Y Door, al parecer, se vio en la necesidad de ser más persuasivo:

—Debe acompañarnos, si quiere agradar al señor Miller, recuerde lo que hablamos la otra vez sobre el círculo de confianza.

Sean intentaba procesar la situación en su cerebro, pero todo se le nublaba: a todo lo envolvía un humo imposible.

El otro siguió hablando con voz calmada y amable:

—Círculo de confianza, pirámide de poder. Al fin y al cabo, en los negocios se trata de geometría, ¿no lo cree usted?

En la cabeza de Sean resonaba la palabra «sí», aunque no estaba seguro de si la dijo en voz alta o si se había limitado a pensar en ella.

Como fuese, Door le pidió:

—Entonces acompáñeme.

Y se incorporó, invitando a Sean a hacer lo propio.

***

Anne se dio cuenta de que se había desviado del camino. O que, mejor dicho, sus piernas la habían llevado a otra parte.

Desaparecieron las fachadas de las casas, esas postales alegres iguales a las que mostraba la televisión. Ya no veía más jardines, ni horizonte ni cielo.

Persistía el aroma dulzón y esa sensación de flotar en el humo.

¿Dónde estaba?

Y en algún «detrás» de ese universo difuso en el que se encontraba —como si la realidad se hubiese convertido en un vidrio empañado— surgía una figura. No se trataba del hombre de la máscara, Anne lo supo rápidamente: era algo de menor tamaño que un hombre.

Era… ¿un pequeño animal?

Anne se acercó, y por primera vez desde que había salido creyó que sus piernas obedecían a su voluntad.



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