El rostro de la maldad by Julián Sánchez

El rostro de la maldad by Julián Sánchez

autor:Julián Sánchez [Sánchez, Julián]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fiction, Mystery & Detective, General
ISBN: 9788499181981
Google: mTXm4UNOzQQC
Goodreads: 14699934
editor: Roca
publicado: 2012-04-28T06:00:00+00:00


53

Hoy toca Esteve. Asensio y Benito fueron culpables por su pasividad y su posterior silencio, pero el caso de Esteve es más grave porque vulneró su juramento hipocrático. Avanzo por las alcantarillas hasta llegar al conducto NT 136, frente a la casa de Esteve. Asciendo por la escalera y extraigo la microcámara por la tapa de acceso. Gracias a ella puedo ver la presencia de los escoltas vigilando la portería de la casa. Llega un vecino; los escoltas lo saludan educadamente y este les muestra su documentación.

Esteve vive donde la ciudad comienza a extenderse hacia el Tibidabo arriba, a lo alto, en Pedralbes. Un largo camino. He tenido que caminar kilómetros desde mi centro de operaciones. Y la presencia de los escoltas ha supuesto serios problemas. No puedo actuar estando ellos presentes. Por eso el lugar y el método elegido no podían ser idénticos a los empleados anteriormente. No puedo entrar en su domicilio.

Tras estudiar el trabajo de los escoltas comprendí que el punto débil estaba en el aparcamiento. Esteve baja cada mañana de su domicilio acompañado por uno de los escoltas; el otro se adelanta y los espera abajo, inspeccionando el lugar. Después Esteve acciona el mando y la puerta se eleva. La luz se enciende automáticamente. El doctor sube al coche y recoge en la rampa a su ángel de la guarda. El otro escolta espera en el exterior con un segundo vehículo.

El gas es la solución, pero no puedo utilizarlo de cualquier manera. El aparcamiento es cerrado y la presencia del odorizante THT llamaría la atención de los escoltas. Por lo tanto he debido plantear un operativo bastante más complejo para encubrir mi actuación.

Tuve que cavar siguiendo el camino de las tuberías del gas y del agua. Simulé una pérdida de tierra donde poder embolsar el gas, para que cupiera la cantidad suficiente. Lo tengo calculado: cuando ocurra la explosión, el gas se desplazará hacia arriba volando el suelo de cemento como si fuera de papel. Después de cavar compacté las paredes del espacio resultante; fracturé la tubería, también sin desplazarla, y después cerré el acceso.

Por último dejé un iniciador allí abajo, un mecanismo casero de lo más tonto. Algo que pueda pasar desapercibido cuando lleguen los investigadores, algo que pudiera estar en el garaje de manera natural. Al fin y al cabo, los garajes no dejan de ser también trasteros, lugares donde dejamos cosas que ya no utilizamos… Es tan inocente que si quedase algún resto tampoco podría ser tenido en cuenta como tal.

Llega el momento.

Todo va en hora.

Son las 7.45. El primer escolta acciona el mando a distancia que eleva el portón de acceso al aparcamiento. Esteve estará saliendo de su domicilio.

A las 7.46 Esteve llega a la portería. Junto al segundo escolta descienden hasta el aparcamiento.

7.48. Tras comprobarse la seguridad de su plaza cerrada de aparcamiento y examinar el coche, Esteve monta en él. El escolta se aleja hacia la rampa. Un minuto después enciende su todoterreno el profesor Joaquín Esteve.

Y eso es lo último que hace en su vida.



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