Tras el cristal by Ricardo Gómez

Tras el cristal by Ricardo Gómez

autor:Ricardo Gómez [Gómez, Ricardo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2012-01-01T00:00:00+00:00


TERMURIOS

Debía de estar medio dormida, pues me despertó un termurio alrededor de la una de la madrugada, poco después de meterme en la cama. Mi sensación de pánico no es fácil de describir, porque no sabía qué era un termurio; mejor dicho: no sabía cuál era el origen de ese ruido, pero su sonido se asoció de inmediato a una idea, a una palabra existente en mi cerebro: t-e-r-m-u-r-i-o.

La tabla se resistió, gimiendo, hasta que los oxidados clavos chirriaron y liberaron su presa. No vi más que el blanco del suelo, pero dirigí la linterna hacia los rastreles, por si acaso. Acerqué el oído al agujero, ¡y allí estaba de nuevo! Era otra vez el termurio, ahora ligero, casi inaudible. Me coloqué en diferentes posiciones y apliqué la oreja derecha, y luego la izquierda, hasta que pude cerciorarme de que el sonido procedía precisamente del suelo de mi habitación.

Ese sonido sibilante, ese tenue fragor, se extendía de lado a lado del piso, como una onda suave. Como el arrastrarse de ovillos de lana bajo el suelo, como los ecos de voces atrapadas en un laberinto. De nuevo sentí el latigazo de la débil corriente que estimulaba el miedo.

Frenética, dominando el pánico, me dirigí allí con mis herramientas. Corrí la cama, levanté la alfombra y elegí de nuevo una tabla adecuada. Me aturdía el tronante ruido de mis golpes, pero el dolor que me producía estaba compensado por mi deseo de saber. Al fin, después de muchos sudores, conseguí desembarazarla. No oí nada al principio, aunque sabía que eso estaba ahí. Ya no necesitaba acercar el oído para notar el termurio, aplacado pero patente.

Esperé inmóvil, procurando controlar incluso los suspiros de mis pulmones. Debió de transcurrir una hora, o quizá más.

De repente, vi una pequeña figura blanca que atravesaba el estrecho pasillo grisáceo descubierto entre las dos tablas. Eso me vio también, sin duda, porque a la levedad del ruido siguió un ligerísimo bramido y, después, un silencio absoluto, tan absoluto y rotundo que era sospechoso de un próximo estallido desbordado.

No me contuve entonces. Apalanqué y extraje otra tabla, con mucho esfuerzo. Todavía siguió el silencio. Luego, una tercera, y silencio aún. A continuación, una cuarta. Estaba pendiente de los sonidos de las maderas y los hierros y supe que en ese tiempo no había termurios: eso, lo que fuera, esperaba, quizá acechando. Al levantar la quinta tabla se oyó su líquido susurro. Cuando mi trabajo prosiguió, el termurio fue ganando en intensidad y pude notar las vibraciones del sonido por debajo del entarimado. Pero fue al llegar a la pared y al intentar tirar de los clavos que sujetan los paneles cuando el termurio se hizo casi insoportable. Arranqué la tabla con violencia…

¡Allí estaba! Era un cuerpo blanco, blanco ceniza, con brillantes irisaciones en sus muchas granulaciones, que se extendía a lo largo del rectángulo abierto en el suelo. Aquello se movía, y al hacerlo producía infinitos patuleos. Pude identificar uno de sus componentes y, cuando lo hube desmenuzado en su unidad, mi cerebro encontró de inmediato la palabra termita.



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