Santa Catalina de Siena by Sigrid Undset

Santa Catalina de Siena by Sigrid Undset

autor:Sigrid Undset [Undset, Sigrid]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Ensayo, Memorias, Espiritualidad
editor: ePubLibre
publicado: 1951-04-23T05:00:00+00:00


XV

Parece ser que Catalina se ganó en seguida a las monjas de Montepulciano, pues ella escribe contando la dicha que siente entre las monjas contemplativas de aquel convento, cuya paz y silencio solamente se veían interrumpidos por el servicio divino, y el canto del coro en la iglesia. Pero no llevaba muchos días de descanso cuando los acontecimientos de este mundo y las indómitas pasiones humanas exigieron sus servicios.

El Gobierno de los «Riformati», de Siena, mandó por ella, alegando que necesitaba verla allí. A juzgar por la carta con que le contestó Catalina, parece ser que, por los comentarios, que siempre los despertaron sus acciones, habían interpretado esta estancia de ella en una ciudad extraña como una infidelidad para con su ciudad natal. Catalina se defiende contra esta interpretación y les dice a los señores de Siena que los hombres que han de gobernar a los demás tienen antes que saber gobernarse a sí mismos. «Cómo puede un ciego guiar a otro ciego o un cadáver enterrar a un cadáver», dice ella, confirmando el viejo proverbio. «Porque yo he visto que ustedes no han sido suficientemente ilustrados, y ahora veo también que ustedes castigan a los inocentes y dejan sin castigo a los culpables». Su consejo es siempre el mismo: «Romped las cadenas del pecado, purificaos con la confesión, reconciliaos con Dios: veréis entonces cómo os convertiréis en verdaderos gobernantes, pues ¿quién de verdad puede ser señor si no es señor de sí mismo, si la razón no gobierna sus sentidos?». Ella cita un caso concreto: la persecución de un abad digno, y ello después de que el Gobierno se ha quejado fuertemente de los religiosos indignos. ¿Es eso juicio? Con respecto a su viaje de regreso les dice que todavía tiene cosas que arreglar en Montepulciano y que, por consiguiente, de momento, no hay viaje. Ella se lamenta de que ellos hayan prestado oído a acusaciones falsas. Ella los ama y pide con dolor y lágrimas que la Justicia Divina no nos mande los castigos que todos nosotros merecemos por nuestra ingratitud, y que la verdad nos haga libres. «Que todos hagan el trabajo que Dios les ha encomendado y no entierren su talento, pues si lo hacemos merecemos un gran castigo. Es necesario trabajar siempre y en todas partes por todas las criaturas. Dios no se dejó frenar por lugares ni criaturas. Él mira nuestro anhelo sincero y santo, que es con el que tenemos que trabajar».

A finales del año 1374 había regresado, sin embargo, Catalina a Siena. Aquí recibió la visita de Alfonso de Vadaterra, un español que había sido en otros tiempos obispo de Jaén, pero entonces era agustino recoleto. Él había sido confesor de Santa Brígida de Suecia y muy buen amigo de ella. Y ahora el Papa lo había mandado para que desde Aviñón le trajese a Catalina la bendición papal y solicitase de ella que apoyase los planes pontificios rezando por la santa Iglesia y por Gregorio.

Uno de los planes del Pontífice era convocar a todos los príncipes cristianos para una nueva cruzada.



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