Un perfecto caballero by Pilar Eyre

Un perfecto caballero by Pilar Eyre

autor:Pilar Eyre [Eyre, Pilar]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2019-09-30T16:00:00+00:00


10

Carmen Broto, la querida de Julio Muñoz, la exprostituta que en la suite romana del Ritz jugaba a las cartas como un hombre, la de la nariz grande y pelo tan rubio que parecía blanco, había sido encontrada muerta a golpes en un descampado de la calle Legalidad. Desde el primer momento, Amparo, como todos los barceloneses, había seguido con delectación morbosa cada detalle de este asesinato. Se levantaba muy temprano para ir al quiosco de la Vía Augusta aún en zapatillas a recoger los ejemplares calentitos de La Vanguardia o la Soli, que eran los periódicos que daban más detalles del suceso, y por las tardes bajaba con Lucero para comprar el diario La Prensa, y se sentaba a leerlo en la tapia de la torre de los Cardellach en la calle Milanesado, que ya le había dicho Mauricio que eran unos fabricantes de ascensores muy importantes, Lucero a sus pies, hasta que se hacía de noche. Al parecer, la Broto había sido asesinada por tres miembros del hampa, dos de ellos se habían suicidado con cianuro, y el tercero, su amante, había sido detenido.

—Dice que la mataron para robarle una pulsera de oro macizo de la que colgaba un elefante para darle suerte, con la trompa hacia arriba y un brillante así de gordo —trazaba una circunferencia con el dedo índice y el pulgar— en cada ojo.

—¿No estarás leyendo lo del crimen de la Broto?

Amparo asintió avergonzada a las palabras de Mauricio, pero estaba tan ávida de comunicarle las últimas novedades que lo empujó al sofá y le puso delante La Vanguardia.

—Es que, mira, Mauricio, aquí pone que su amante mantenía íntimas relaciones con otro hombre, o sea, que era homosexual, ¿no? Pero aún no se sabe quién la mató en realidad. —Señaló la borrosa foto con su dedo retorcido y casi sin uña—: Este es su cuerpo, se le ven hasta las ligas, y está sucia, ¿ves? Porque la habían enterrado. ¡Y el abrigo de astracán que llevaba costaba cincuenta mil pesetas! Para mí que es cosa de ese tal Muñoz, ¿tú lo ves capaz de eso?

Y añadió melodramáticamente:

—Ella sabía demasiado y por eso la mató.

Para no avivar aún más su imaginación desatada —porque, además, si Amparo pensaba en la muerta no pensaba en él, y no dejaba de sentirse celoso—, no quería contarle que había visto a la Broto hacía poco. Estaba en esa ocasión con Conchita y sus cuñados, los marqueses, en la sala de fiestas Parellada y la Broto bailaba en la pequeña pista con un hombre con mucha gomina y aspecto agitanado. Muñoz ya la había abandonado por una francesa a la que había metido en casa fingiendo delante de su familia que era una criada, y a la Broto se le empezaba a notar que, lejos de su poderoso amante, iba cuesta abajo. Para cerrar la noche, la orquesta de Bonet de San Pedro se lanzó a tocar:

Rascayú, rascayú, cuando mueras qué harás tú.



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