La sexta planta by Diego García Andreu

La sexta planta by Diego García Andreu

autor:Diego García Andreu [García Andreu, Diego]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2019-04-30T16:00:00+00:00


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Cuando Noelia lo zarandeó a la mañana siguiente (supuso que era ella), gruñó, se dio la vuelta en la cama y siguió durmiendo. No fue hasta las nueve y media que abrió un ojo con gran dificultad, y fue gracias a que la luz del día que entraba por la ventana impactaba de manera insistente sobre su rostro. Noelia debía de haber subido la persiana a propósito antes de irse a trabajar, fue lo primero que pensó, y luego se convenció a sí mismo de que, a pesar de cualquier circunstancia, su mujer deseaba que no se echase toda la mañana durmiendo y que se pusiera a trabajar. Que aprovechase el tiempo, que acabase la novela… más bien que comenzase la maldita novela, era lo más correcto en su ignorancia.

Jaime rodó en la cama y miró al techo. Sentía la mente aturdida por el descanso interrumpido, y lo primero que le vino a la memoria fue el dolor de encías que lo había sacado del sueño. Volvió a pasear la punta de la lengua por ellas, al igual que hizo anoche, sin embargo ahora ya no sentía dolor, ni siquiera un leve escozor. Y no había sido el efecto del ibuprofeno, pensó, ya que anoche no se atrevió a entrar en la cocina. Ahí estaba, esperando su turno como en la cola de un supermercado: el segundo recuerdo que le vino a la memoria, inundándole la mente, un terror que, con la luz del sol que entraba por la ventana, ya no era un terror tan grave.

La sombra que, supuestamente, era la de su padre.

Ahora era más bien como si ese recuerdo fuese la ramificación de una gran pesadilla, y lo mismo podría decir del extraño dolor de encías y de su nocturna excursión a la cocina, como si nunca hubiesen existido, como si nunca hubiese despertado de aquella filmográfica infidelidad infernal, formando parte de un todo mucho más complejo de lo que la mente humana pudiese concebir. Suspiró profundamente, el sueño debía de haber sido más vívido de lo que había pensado.

Su padre estaba muerto.

Los fantasmas no existen.

¿Pero, y el diablo? ¿Habría sido capaz de traer a su casa el alma de su padre de donde fuera que estuviese? Si existe el diablo, también deben de existir las almas, los fantasmas, el infierno…

Le asaltó el recuerdo de su niñez, cuando las tardes de tormenta jugaban Jorge y él con su padre a las tinieblas en el dormitorio de sus padres, la habitación más amplia de la casa, atestada de innumerables escondrijos donde ocultarse en la oscuridad. Su padre acostumbraba a dejar la persiana con las lamas separadas, permitiendo que la luz se filtrase solo un poco, suficiente para que la oscuridad se convirtiera en una espesa penumbra. A pesar de que él siempre era el primero en ser descubierto (ahora sabía que eso era así porque siempre escogía el mismo escondite, un estrecho hueco entre el armario de doble hoja y la pared) le fascinaba el juego, sin embargo,



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