Te veo by Teresa Driscoll

Te veo by Teresa Driscoll

autor:Teresa Driscoll [Driscoll, Teresa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2019-02-19T16:00:00+00:00


Capítulo 26

El padre

Henry tiene la vista clavada en la mosca que hay en la pared. No tiene ni idea de por qué la policía le está haciendo preguntas sobre Sarah. No quieren explicárselo.

Lleva allí encerrado sabe Dios cuántas horas y la mosca lo está volviendo loco. El insecto se ha detenido un instante para luego saltar de aquí para allá, primero en diagonal, aproximadamente medio metro, y después en vertical. Henry entrecierra los ojos e intenta comprender por qué la escena le suscita esa extraña familiaridad, rebusca entre los recuerdos hasta que, al final, establece la relación.

Se echa a reír. «Norman Bates». Suelta carcajadas mientras sacude la cabeza ante lo absurdo y lo surrealista de la situación. La acústica de las celdas de la comisaría es muy potente, y escucha cómo el eco de su risa se desvanece, primero entre esas cuatro paredes y, después, en su cabeza. Mientras espera a que se haga el silencio absoluto, se inclina hacia delante hasta taparse la cabeza con las manos, toma una decisión y se levanta.

«Vale, Norman, ¿qué te parece si esta vez matamos la mosca?».

Animado de repente por esta nueva determinación —las ganas de querer hacer algo por fin—, Henry echa un vistazo a la habitación en busca de la solución al desafío consiguiente: es decir, cuál será el arma. Durante un instante, se plantea quitarse la camiseta y utilizarla para golpear la mosca, pero se imagina al guardia que mira a través de la rejilla y le ve el torso ligeramente fofo y decide rechazar esta opción. Todavía tienen el cinturón por seguridad. «Mmm». Y, en ese momento, se le ocurre una idea. Se mira los pies.

Henry se quita el calcetín izquierdo y comprueba hasta dónde lo puede estirar. La tela elástica, lo que satisface a Henry. Bien. Por suerte es de una mezcla de algodón y lana, no de esa basura sintética que venden ahora. Le irá de perlas. A continuación, se queda inmóvil, sentado en el colchón de plástico azul, y espera. La mosca se vuelve a mover unas cuantas veces y al final se detiene en medio de la pared que Henry tiene justo enfrente.

Lentamente, Henry apunta, mientras intenta moverse lo menos posible. «Paciencia, Henry, paciencia. Espera… espera… y dispara. Joder». El calcetín golpea la pared a una velocidad increíble, pero erra su objetivo por un milímetro; la mosca comienza a zumbar por el cuchitril.

Henry se levanta para recuperar el calcetín y vuelve a sentarse en la cama, justo en el momento en que repara en otra ironía: su guerra eterna contra las moscas.

Desde pequeño ha sido incapaz de soportar el hecho de verlas molestando al ganado. Sentía incluso náuseas al verlas avanzar hasta los ojos de las vacas o los terneros mientras los pobres animales meneaban el rabo y las orejas.

Había oído hablar largo y tendido del riesgo que suponían, y no solo para el ganado. En la cocina, su madre se quejaba de las terribles enfermedades que transmitían las moscas. En la parte alta de



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