221163 by Stephen King

221163 by Stephen King

autor:Stephen King [King, Stephen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2011-11-08T05:00:00+00:00


6

Ella al principio mostró un gesto adusto. Después esbozó una sonrisa. La sonrisa se convirtió en risa. Y cuando le conté la idea que se me había ocurrido al final de mi conversación con Deke, me echó los brazos alrededor. Pero eso no le valía, así que trepó hasta que también pudo envolverme con las piernas. Aquel día no existía escoba alguna entre nosotros.

—¡Es brillante! ¡Eres un genio! ¿Escribirás el guión?

—Por supuesto. Tampoco me llevará mucho. —Varios chistes malos ya surcaban mi mente: El entrenador Borman se quedó mirando el zumo de naranja durante veinte minutos porque en la botella ponía CONCENTRADO. A nuestro perro le implantaron una pata de goma, pero cada vez que se rascaba se borraba. Monté en un avión tan viejo, tan viejo, que en un aseo ponía Orville y en el otro Wilbur—. Pero voy a necesitar bastante ayuda para las demás tareas, lo que significa que necesito un productor. Espero que aceptes el trabajo.

—¡Claro! —Resbaló hasta el suelo, aún presionando su cuerpo contra el mío. Esto originó un destello lamentablemente breve de su pierna desnuda cuando se le subió la falda.

Empezó a andar de un lado a otro de la salita, fumando compulsivamente. Se tropezó con la butaca (la séptima u octava vez desde que intimamos) y recuperó el equilibrio aparentemente sin darse cuenta siquiera, aunque cuando cayera la noche iba a tener un bonito moratón en la espinilla.

—Si estás pensando en ropas de estilo años veinte, puedo hacer que Jo Peet se encargue del vestuario. —Jo era la nueva jefa del departamento de economía doméstica y había asumido el puesto cuando Ellen Dockerty fue confirmada como directora.

—Genial.

—A la mayoría de las chicas de eco doméstica les encanta coser… y cocinar. George, habrá que servir una merienda, ¿verdad? Por si los ensayos se alargan más de la cuenta… Seguro, porque empezaremos terriblemente tarde.

—Sí, pero con unos bocadillos…

—Podemos hacer algo mejor que bocadillos. Mucho mejor. ¡Y música! ¡Necesitaremos música! Tendrán que ser grabaciones, porque la banda no será capaz de acoplarse a tiempo.

Y entonces, en perfecta armonía, exclamamos al unísono:

—¡Donald Bellingham!

—¿Qué hay de los anuncios? —pregunté. Empezábamos a parecemos a Mickey Rooney y Judy Garland preparándose para montar una función en el granero de Tía Milly.

—Carl Jacoby y sus chicos de diseño gráfico. Hay que colocar carteles por toda la ciudad, no solo aquí. Porque querremos que asista la ciudad entera, no solo los familiares de los alumnos que participen en el espectáculo. Que se agoten los asientos.

—Bingo —dije, y le di un beso en la nariz. Me encantó su entusiasmo. Yo mismo me estaba emocionando.

—¿Qué decimos sobre el aspecto benéfico? —preguntó Sadie.

—Nada hasta que estemos seguros de que recaudaremos el dinero suficiente. No conviene crear falsas esperanzas. ¿Te apetece que mañana nos demos una vuelta por Dallas para hacer algunas indagaciones?

—Mañana es domingo, cielo. El lunes, después de las clases. Incluso antes si puedes librarte de la séptima hora.

—Haré que Deke abandone su retiro y me cubra en la clase de recuperación de inglés —dije—.



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