Asalto internacional by Pablo Poveda

Asalto internacional by Pablo Poveda

autor:Pablo Poveda [Poveda, Pablo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2019-08-31T16:00:00+00:00


* * *

Cuando cruzó la puerta del Tim Hortons de la glorieta de Quevedo, el rótulo rojo de neón seguía iluminando como la primera vez que se reunieron allí, meses atrás, al poco de ingresar oficialmente como una agente del CNI.

Ponce ocupaba la misma mesa, en el rincón que había al final del pasillo. Acompañado de un vaso de café de medio litro, pasaba las páginas del periódico que tenía delante.

Los pasos de la agente desviaron su atención.

—¿Eres de sueño profundo? —preguntó el hombre y dio un largo trago a su café aguado—. ¿Qué entiendes por primera hora de la mañana?

Dana no estaba para bromas. El escozor de la cabeza aún le duraba.

—Como te bebas eso, necesitarás un váter en menos de media hora.

—Soy demasiado joven para preocuparme por la próstata, doctora —dijo y sonrió. Él sí estaba de humor. Quizá por lo sucedido la noche anterior, pensó ella, o tal vez solo fuera por el hecho de enfrentarse a algo nuevo y prohibido—. ¿Un café?

—No, gracias —dijo Dana sin llegar a sentarse a la mesa—. Será mejor que salgamos. Tengo la moto mal aparcada.

Ponce levantó las cejas y echó la cabeza hacia atrás.

—¿No pensarás…?

—Es la vía más rápida.

—¡Ja! Ni hablar —contestó y dobló el diario—. Esto sí que no me lo esperaba. No pienso subir en tu moto y menos de paquete.

—¿Tienes miedo?

—¿Perdona, Laine? —preguntó ofendido—. ¿Ya no recuerdas cómo te dejé ayer?

—En un taxi, algo mareada. Venga, será mejor que nos movamos.

—¿Lo dices en serio?

—Y tanto —contestó y esta vez fue la agente quien le regaló la sonrisa—. No te preocupes, tengo un casco para ti.

—Hay que joderse… —murmuró y se puso en pie.

Ambos caminaron hacia la salida del local.

Dana sabía que, en el fondo, a Ponce le gustaba hacerse de rogar.

La máquina italiana revolucionó el motor y Ponce se agarró a la cintura de la agente. Hacía tiempo que un hombre no le cogía por detrás de esa manera.

—¿Estás bien? —preguntó ella antes de bajar la visera del casco.

—Arranca de una vez, Laine.

Todo o nada, pensó. Lo que estaban a punto de hacer, iba contra las normas aunque, en el fondo, no existiera nada escrito acerca de solicitar un informe.

Era una de las ventajas de trabajar para la inteligencia: nadie, fuera del centro, conocía de su existencia, siempre y cuando no hubiera circulando un comunicado, una orden de detención o negación sobre ella. En una situación como la suya, puede que no tuvieran acceso inmediato a la información de la autopsia. A la Policía le gustaba trabajar por su cuenta sin que la inteligencia metiera las narices. Empero, podían aprovecharse de las competencias y el CNP no les pondría trabas para facilitarle lo que solicitaran.

La moto salió de allí en dirección al barrio de Hortaleza, donde se encontraba la Comisaría General de la Policía Científica. Dana mantenía la esperanza de encontrar el resto de objetos personales que habían rescatado del cadáver.

Metió el puño, poniendo a prueba la cilindrada de su motor y atravesando los túneles de la M-30 como si le fuera la vida en ello.



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