Tommyknockers by Stephen King

Tommyknockers by Stephen King

autor:Stephen King [King, Stephen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Terror, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1987-11-09T16:00:00+00:00


Hilly:

Quizá no nos veamos por un tiempo, pero quería decirte que estoy seguro de que superarás este mal rato. Si puedo ayudarte a que lo hagas, seré el abuelo más feliz del mundo. Creo que David aún está con vida y no pienso que se haya perdido por culpa tuya. Te quiero, Hilly, y espero verte pronto.

Abuelito

Pero jamás volvió a ver a Hilly Brown.

NUEVE

EL FUNERAL

1

A partir de las nueve los forasteros que conocían a Ruth McCausland o que habían trabajado con ella empezaron a llegar a Haven. Muy pronto ocuparon todos los espacios disponibles para estacionar a lo largo de la calle principal. El Minutas Haven hizo su agosto: Beach no dejaba de preparar huevos con tocino, salchichas y patatas fritas. Filtraba cafetera tras cafetera. El congresista Brennan no se presentó, pero sí envió a uno de sus auxiliares. «Debiste haber venido personalmente, Joe —pensó Beach, con una sonrisita oculta—. Quizá te habrías llevado un montón de ideas nuevas para lucirte en el Gobierno».

El día amaneció despejado y seco, como si fuese principios de otoño y no pleno verano. El cielo estaba de un azul intenso; la temperatura se mantenía alrededor de los veintiún grados; soplaba viento del Oeste, a unos treinta kilómetros por hora. Una vez más, había forasteros en Haven; una vez más, la aldea los recibía con un clima acogedor. Pronto no importaría cómo los recibieran, se decían los lugareños, sin abrir la boca; pronto los habitantes de Haven tendrían su propio destino en las manos.

Un buen día, de los mejores que el verano en Nueva Inglaterra puede ofrecer, de los que buscan los turistas. Un día de los que avivan el apetito. Los que llegaban desde fuera pidieron suculentos desayunos, como suele hacer la gente con buen apetito, pero Beach observó que casi todos los platos volvían a la cocina medio llenos. Los recién llegados perdían las ganas de comer con celeridad; sus ojos se apagaban y adoptaban, en general, un aspecto cetrino y algo descompuesto.

El Minutas estaba atestado, pero las conversaciones se llenaban de silencios. «Parece que no les sienta el aire de nuestra pequeña ciudad», pensó Beach. Se imaginó entrando en el depósito, donde tenía el artefacto que había usado para deshacerse de los dos policías entrometidos, oculto bajo un montón de manteles. Se imaginó volviendo con ese gran bazuca mortífero para limpiar su comedor de todos aquellos forasteros, con una purificadora ráfaga de fuego verde.

«No, todavía no. Ahora no. Pronto esto no tendrá importancia. El mes próximo. Por ahora…».

Se quedó mirando el plato que estaba vaciando y vio un diente entre los huevos revueltos.

«Vienen los Tommyknockers, amigos —pensó Beach—. Pero creo que, cuando lleguen, no se molestarán siquiera en llamar a la puerta: la derribarán, qué joder».

Su sonrisa se ensanchó mientras tiraba a la basura ese diente, junto con los restos de comida.

2

Dugan podía ser muy reservado cuando así lo deseaba, y esa mañana era lo que deseaba. Al parecer, era también lo que el viejo deseaba. Llegó al apartamento de Ev Hillman



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