Fahrenheit 451 by Ray Bradbury

Fahrenheit 451 by Ray Bradbury

autor:Ray Bradbury [Bradbury, Ray]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1953-01-01T05:00:00+00:00


* * *

Se detuvieron junto al río, a la luz de las estrellas.

Montag miró la esfera luminosa de su reloj sumergible. Las cinco. Las cinco de la mañana. Otro año pasaba en una sola hora, y el alba esperaba más allá de la lejana orilla del río.

—¿Por qué confían en mí? —preguntó Montag.

Un hombre se movió en la sombra.

—Basta mirarlo. No se ha visto usted en un espejo últimamente. Además, la ciudad nunca pensó en organizar una verdadera cacería. Unos pocos mentecatos con versos en la cabeza no pueden hacer daño a la gente de la ciudad. Ellos lo saben y nosotros también. Todo el mundo lo sabe. Mientras a la mayoría de la población no se le ocurra empezar a citar la Constitución y la Carta Magna, todo andará bien. Basta para eso con la vigilancia de los bomberos. No, las ciudades no nos molestan. Y usted tiene un aspecto de todos los diablos.

Caminaron a lo largo del río, rumbo al sur. Montag trataba de ver las caras de los hombres, las viejas caras que el fuego había iluminado, cansadas y arrugadas. Buscaba una luz, una resolución, un triunfo sobre el futuro, algo que, aparentemente, no estaba allí. Quizá había esperado que aquellas caras ardiesen y brillasen, encendidas por el conocimiento, resplandecientes como linternas, con una luz interior. Pero la luz que había visto antes era la del fuego, y estos hombres no eran diferentes de cualquier otro que hubiese recorrido un largo camino, realizado una larga búsqueda, visto las cosas buenas destruidas y ahora, muy tarde, se uniese a sus semejantes para esperar el fin de la fiesta y ver cómo se apagaban las lámparas. No podían asegurar que las cosas que llevaban en la cabeza diesen a todo futuro amanecer una luz más pura, no estaban seguros de nada, salvo de que los libros estaban archivados detrás de los ojos serenos, que los libros estaban esperando, con los cuadernillos sin abrir, a los clientes que quizá viniesen años más tarde, algunos con manos limpias, y otros con manos sucias.

Montag miró de soslayo a uno y otro mientras caminaban.

—No juzgue a un libro por su cubierta —dijo alguien.

Todos se rieron quedamente, siguiendo el curso del río.

Se oyó un chillido y los aviones de la ciudad desaparecieron sobre la cabeza de los hombres antes de que éstos alzaran la vista. Montag se volvió hacia la ciudad. Allá abajo, en el río, era ahora un débil resplandor.

—Mi mujer está allí.

—Lo siento. Las ciudades no serán nada bueno en los próximos días —dijo Granger.

—Es raro, no la extraño. No siento en realidad casi nada de nada —dijo Montag—. Creo que ni siquiera la muerte de mi mujer podría entristecerme. No está bien. Algo malo me pasa.

—Escuche —dijo Granger tomándolo por el brazo y caminando con él, apartando los matorrales para que pasara—. Mi abuelo murió cuando yo era niño. Era escultor. Era además un hombre muy bondadoso, dispuesto a querer a todo el mundo. Ayudaba a limpiar la casa de vecindad, hacía juguetes para los niños, y un millón de cosas.



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