Casino Royale by Ian Fleming

Casino Royale by Ian Fleming

autor:Ian Fleming [Fleming, Ian]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Thriller
ISBN: 8447313964
publicado: 1952-12-31T16:00:00+00:00


CAPÍTULO 14 - ¿«La vie en rose»?

La entrada de Le roi galant era un marco dorado de unos dos metros de ancho que quizá en el pasado había encerrado el enorme retrato de algún noble europeo. Se hallaba en un discreto rincón de la «cocina», la sala de las ruletas públicas y de las mesas de boule, donde aún quedaba gente jugando. Mientras cogía a Vesper del brazo para ayudarla a traspasar el escalón dorado, Bond superó la tentación de pedir dinero en caja para cubrir de apuestas máximas la mesa más cercana. Sabía que hubiera sido un gesto insolente y barato pour épater la bourgeoisie. Ganase o perdiese, hubiera sido hacer un desaire a la suerte que le había sido concedida.

La sala de fiestas era pequeña y oscura, iluminada únicamente por velas de candelabros dorados cuya cálida luz multiplicaban los espejos de pared también enmarcados en oro. Las paredes estaban tapizadas de oscura seda roja, y las sillas y las banquetas, de felpa del mismo color. Al fondo, en un rincón, un trío formado por un piano, una guitarra eléctrica y una batería tocaba La vie en rose con tenue delicadeza. Había una atmósfera íntima y vibrante que rezumaba seducción. A Bond le pareció que todas las parejas debían de estar tocándose con pasión por debajo de las mesas.

Les dieron una mesa apartada cerca de la puerta. Bond pidió una botella de Veuve Clicquot y huevos revueltos con tocino.

Estuvieron escuchando la música un rato. Luego Bond se volvió hacia Vesper.

—Resulta fantástico estar sentado aquí contigo sabiendo que el trabajo ha terminado ya. Es un precioso final para el día, como la recogida de los premios.

Esperaba que Vesper sonriera.

—Sí, claro —dijo ella con una voz algo fría. Parecía concentrada en la música, un codo apoyado en la mesa y la barbilla reposando sobre la mano, pero no sobre la palma, sino sobre el dorso. Bond observó que tenía los nudillos blancos como si estuviera apretando el puño.

Entre el pulgar y los dos dedos siguientes de la mano derecha Vesper sostenía uno de los cigarrillos de Bond como el artista que sostiene un lápiz. Aunque fumaba con compostura, de vez en cuando golpeaba el cigarrillo contra el cenicero sin que hubiera ceniza que hacer caer.

Bond se fijó en todos esos detalles porque se sentía fuertemente atraído por ella y quería arrastrarla hacia el calor y la sensualidad relajada que él experimentaba. Pero aceptó sus reservas. Pensó que se debían a un deseo de protegerse de él, o que era su reacción a la frialdad con que él la había tratado unas horas antes; a su deliberada indiferencia, que sabía que ella había interpretado como un desaire.

Esperó con paciencia. Bebió champán y comentó por encima los acontecimientos del día, las personalidades de Mathis y Leiter y las posibles consecuencias para Le Chiffre. Fue discreto y sólo habló de los aspectos del caso de los cuales posiblemente ella habría sido informada en Londres.

Vesper respondió de forma mecánica. Dijo que, por supuesto, habían vigilado



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