(Berta Mir 01) El Caso Del Falso Accidente by Jordi Sierra I Fabra

(Berta Mir 01) El Caso Del Falso Accidente by Jordi Sierra I Fabra

autor:Jordi Sierra I Fabra [Sierra I Fabra, Jordi]
Format: epub
Tags: child_series
editor: www.papyrefb2.net


21

Telefoneé a Alfredo Sanllehí desde la calle. Él mismo respondió al segundo tono. Un prodigio de rapidez. Cuando me di cuenta de lo que iba a hacer, traté de que mi voz sonara lo más casual posible.

—Soy yo, Berta Mir —me presenté antes de saludarle—. Buenos días.

—Me gusta eso de «buenos días» —parecía jovial—. Sobre todo cuando llevo ya un montón de horas en pie.

—¿Mucho trabajo?

—Mucho insomnio, aunque lo llevo bien. ¿Alguna novedad?

—No, ninguna —crucé los dedos por la mentira—. Necesito saber dónde está el coche de mi padre.

—Ya lo hemos dejado en el depósito.

—¿Dónde está el depósito? ¿Me hace falta alguna acreditación para verlo...?

—¿Para qué quieres verlo?

—Para cuando me caiga encima todo el papeleo y los trámites del seguro. Tengo que llevarme lo que haya en la guantera, si es que han dejado algo.

—Todo lo de la guantera lo tengo yo. Pensaba devolvértelo cuando nos viéramos.

—Creía que además de la cámara y el móvil...

—Bueno, tal vez la abriera, no sé. Pero desde luego está todo lo habitual, desde mapas y los papeles de la ITV hasta la documentación, el seguro... ¿Cuándo quieres pasar a recogerlo?

—¿Podría ir ahora?

—Sí, claro.

—Dígame dónde.

—La central de Vía Layetana.

—Vale, ahora voy.

Subí a la moto y dejé el Hospital Clínico atrás, enfilé todo el tramo de la calle Valencia y luego doblé por Vía Laietana. Nunca había estado en una comisaría de policía, y menos en la central. No sé por qué había imaginado que Alfredo Sanllehí era menos importante. Que trabajase allí me impresionó un poco. Aparqué la moto un poco más arriba, en el triángulo formado por Vía Laietana y Jonqueres, al lado de la boca del metro, y bajé a pie hasta la comisaría. Tuve que pasar tres controles hasta llegar al pasillo donde se encontraba su despacho. Cuando apareció ante mí sonreía, y me recordó a Paul Newman en su mejor época, los años cincuenta y sesenta, cuando el cine era otra cosa. Vestía de forma tan impecable como siempre. Demasiado. Creo que eso era lo que más me incomodaba de él, parecía un Sherlock Holmes del siglo XXI.

Pero empecé a darme cuenta de que no era tonto. Metódico, sí. Paciente, sí. Tonto, no.

—Hola, Berta —me tendió la mano.

Se la apreté. No me gustan las personas que dan la mano como si fueran princesitas temerosas de que se la vayan a romper. Él tampoco se quedó manco. Creo que nos miramos a los ojos intentando averiguar lo que había al otro lado de cada uno. Cuando nuestras manos se soltaron, nos relajamos.

—¿Cómo está tu padre? —me preguntó.

—Alguien llamó interesándose por su estado. Dijo que era un tío mío.

—Y naturalmente...

—No tengo ningún tío.

—El que llamó era un hombre.

—Sí.

Reflexionó sobre lo que acababa de decirle.

—Pudo llamar de parte de una mujer, no es que sea algo determinante. Lo que sí es importante es que a estas alturas sepa que tu padre está vivo, pero.



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