La ciudad de los muertos by Brian Keene

La ciudad de los muertos by Brian Keene

autor:Brian Keene [Keene, Brian]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2005-01-01T00:00:00+00:00


* * *

El doctor Maynard se secó la sangre en su bata de laboratorio, ajustó el trípode y puso en marcha la videocámara, orientada hacia la mesa de operaciones en la que yacía firmemente atado con tiras de velcro el cadáver de una mujer rubia que, en el pasado, fue hermosa. Tenía las piernas separadas del todo y levantadas con estribos. Tenía los labios vaginales hinchados y grisáceos y el pelo que los rodeaba había sido afeitado recientemente. Sus grandes pechos colgaban y los pezones se habían vuelto negruzcos, al igual que su hinchada lengua, que colgaba de la boca como un pedazo de hígado crudo. Se relamió sus pelados labios, mostrando pálidas encías. Cada uno de sus dientes había sido extraído y las cavidades eran húmedas y brillantes. Un anillo de boda con un diamante estaba hundido en su dedo hinchado como una salchicha.

En el pasado se llamó Cindy. Había trabajado como recepcionista para un bufete de abogados en una oficina de la Torre Ramsey. Llevaba muerta una semana, después de ahogarse con un caramelo. En vez de destruir el cerebro antes de que volviese a la vida, ataron el cadáver para investigarlo.

O por lo menos, esa fue la mentira que les dijo Maynard a Stern, Bates y los demás.

—¿Vas a hacerme más preguntas —dijo con voz rasposa—, o solo quieres follarme otra vez?

Maynard miró con gesto culposo a la cámara, la apagó, rebobinó la cinta y empezó a grabar de nuevo.

—Oh, ya veo. Supongo que es nuestro secretito —el zombi rio, revolviéndose en sus ataduras. De sus ojos y nariz manaba un líquido espeso y amarillento.

Maynard habló en voz alta.

—Tras la muerte, el sujeto opera como un ser vivo. Se le han extraído el estómago y otros órganos del aparato digestivo, pero aún así desea alimentarse, sobre todo con carne viva.

Ilustró el comentario apuntando la cámara al enorme agujero en el abdomen de la criatura.

—Tengo hambre —aseveró el zombi, como si fuese su momento de decirlo—. Dame un bocadito.

Maynard se aclaró la garganta.

—La carne que devora no viaja a través del sistema digestivo, sino que es absorbida mediante un proceso desconocido.

—Eres muy observador —resopló la criatura—. Y ahora, ¡dame de comer! O mejor aún, libérame.

—Ni una cosa ni la otra, me temo —dijo Maynard.

—Haré que merezca la pena, doctor —ronroneó el zombi, separando aún más las piernas—. Te dejaré hacerme cosas… cosas que jamás has hecho con una mujer viva. Podemos jugar duro, si quieres.

El pene de Maynard se puso duro, apretándose contra sus sucios pantalones. El zombi lo notó y sonrió.

—¿Te gusta lo que ves? ¿Te gusta mi coño hinchado?

Miró una vez más, nervioso, a la videocámara, y prosiguió.

—¿Cómo convierte tu especie la comida en energía?

—¿Por qué debería contártelo?

—Porque te daré de comer después de que respondas a mi pregunta.

—No lo entenderías. Es a nivel subcelular.

—Pero, ¿cómo?

—Mediante magia. O al menos, así es como lo llamaría tu especie.

—No creo en la magia.

—Pues claro que no. Eres un hombre de ciencia y razón. La lógica es tu dios. Y por eso tu especie perderá esta guerra.



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