Un amigo excepcional by David Walliams

Un amigo excepcional by David Walliams

autor:David Walliams [Walliams, David]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor, Infantil, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2009-09-30T16:00:00+00:00


—Ah, no… na-na-nadie… —farfulló—. Es tan solo una vieja foto, joven Chloe.

—¿Puedo verla?

—No, no. No es más que una tontería sin la menor importancia. No pierdas el tiempo con eso.

El señor Fétido parecía cada vez más nervioso. Cogió la foto de la balda y se la metió en el bolsillo del pijama. Chloe se sintió decepcionada. Esperaba obtener otra pista sobre el pasado del señor Fétido, como su cucharilla de plata, o la agilidad con que había encestado aquel gurruño de papel. Aquella foto tenía toda la pinta de ser la mejor de todas las pistas que había logrado reunir hasta la fecha. Pero de pronto el señor Fétido parecía tener mucha prisa por echarla del cobertizo.

—¡No te olvides de las salchichas! —dijo.

«¿Cómo demonios se las habrá arreglado para esconderse de papá?», se preguntó Chloe mientras regresaba a casa. Aunque su padre no hubiese visto al señor Fétido en el cobertizo, por fuerza tenía que haberlo olido.

Chloe volvió de puntillas a la cocina y abrió la puerta de la nevera tratando de no hacer ruido. Luego inspeccionó su interior y empezó a desplazar con mucho cuidado tarros de mostaza y de pepinillos en vinagre, procurando que no tintinearan. Esperaba encontrar un cartón de zumo de naranja caducado que pudiera satisfacer el extraño paladar del señor Fétido.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó alguien a su espalda.

Chloe dio un brinco. Solo era su padre, pero no esperaba verlo levantado tan pronto. Tardó unos segundos en recuperarse del susto.

—Nada, papá. Es que tenía hambre.

—Sé quién está en el cobertizo, hija —dijo él.

Chloe se lo quedó mirando con cara de pánico, incapaz de pensar, y mucho menos de hablar.

—Anoche abrí la puerta y me encontré con un viejo mendigo roncando al lado de mi máquina cortacésped —continuó su padre—. La peste era…, bueno…, apestosa. Una peste de lo más apestosa, la verdad.

—Quería contártelo, te lo prometo —le contestó Chloe—. Necesita un hogar, papá. ¡Mamá quiere echar de las calles a todos los sintecho!

—Lo sé, lo sé, pero, sintiéndolo mucho, Chloe, no puede quedarse. A tu madre le daría un soponcio.

—Lo siento, papá.

—No pasa nada, cariño. No le diré nada a tu madre. Tú no has roto tu promesa de no contarle a nadie que me he quedado en el paro, ¿verdad?

—No, por supuesto que no.

—Buena chica —respondió su padre.

—Bueno… —dijo Chloe, alegrándose de poder estar un ratito a solas con su padre—, ¿cómo se te quemó la guitarra?

—Tu madre la echó a la hoguera.

—¡No fastidies!

—Sí —replicó el hombre, apenado—. Quería que hiciera algo de provecho con mi vida. Estaba haciéndome un favor, supongo.

—¡¿Un favor?!

—Verás, Las Serpientes del Apocalipsis no iban a llegar muy lejos. Luego empecé a trabajar en la fábrica de coches y ya nunca volví a tocar.

—¡Pero si sacasteis un disco! ¡Seguro que erais muy famosos! —insistió Chloe, dejándose llevar por el entusiasmo.

—¡Qué va, para nada! —repuso el señor Mendrugo, riendo entre dientes—. Solo vendimos doce discos.

—¿Doce? —preguntó Chloe.

—Sí, y tu abuela los compró casi todos. Pero éramos muy buenos, eso sí. Y uno de nuestros singles llegó a colarse en las listas de éxitos.



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