2083 by VICENTE MUÑOZ PUELLES

2083 by VICENTE MUÑOZ PUELLES

autor:VICENTE MUÑOZ PUELLES [Puelles, Vicente Muñoz]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: 2083, Editorial Edebe, Castellano
ISBN: 9788423698486
editor: 2010


7. El otro David

Esa noche cené con ganas, pensando en las insípidas hierbas del campo que había compartido con don Quijote y en las ventajas de tener una cocina bien equipada. Ya no existían bibliotecas como la del ingenioso hidalgo, pero, al menos de momento, en el Hemisferio Norte había alimentos suficientes. Otra cosa, desde luego, era lo que sucedía en el inmenso Sur, deforestado y seco.

Seguí leyendo la novela de Cervantes, como le había prometido a Pa. Tenía la conciencia intranquila, por haber abandonado a don Quijote magullado, con una oreja rota, en pleno campo y en mitad de la noche. Por eso me agradó saber que Sancho Panza era un escudero mucho más complaciente y sufrido que yo, y que ambos se habían repuesto de los golpes de los arrieros en una venta acogedora, que el ingenioso hidalgo había confundido con un castillo.

También me felicité por haber salido del libro a tiempo. Aunque obviamente Sancho Panza y yo no éramos el mismo personaje, puede decirse que durante mi viaje usurpé sus funciones. Pocas páginas después de la noche en que yo había vuelto al presente, un grupo de gente alegre y maleante se había mofado del orondo escudero, y lo había manteado en el patio de la venta como si fuera un pelele. Seguro que conmigo habrían hecho lo mismo, si me hubiera quedado.

En cuanto al «mozo de campo y plaza» que sale al principio del libro, y cuyo papel asumí, lo más extraordinario es que no volví a encontrarlo en toda la novela. Sé que no tiene sentido, pero me gusta pensar que Cervantes lo puso ahí sólo para que yo me transformara en él, al viajar al interior de Don Quijote.

El siguiente texto que leí en la pantalla del ordenador fue el de David Copperfield. La primera vez había fracasado en el empeño. Ahora, con la experiencia de otras lecturas, y sobre todo del Quijote, libro enrevesado si lo hay, conseguí terminarlo en pocos días.

Viajé luego a la novela de Dickens, gracias a Bibliotravel, y fui David, como cabía esperar. Al principio me sentí algo extraño, porque de pronto me vi muy pequeño y sentí como si hubiera encogido. Ya no tenía dieciséis años, sino nueve, y vivía con mi madre, la del cabello largo y sedoso, y Peggotty, una niñera de grandes ojos negros, en la Torre de las Cornejas, nombre que mi padre le había puesto a la casa.

Desde la ventana del comedor se veía el cementerio. Haciendo un pequeño esfuerzo, se distinguía incluso una tumba cubierta por una lápida de piedra blanca, que era la de mi padre.

Una noche, la niñera y yo estábamos solos, sentados junto a la chimenea del comedor. No quería acostarme hasta que volviera mi madre, que había salido. Leía en voz alta un libro de viajes por África, donde se describían las costumbres merodeadoras de las hienas, que de noche rondan los campamentos. Por alguna razón, mi lectura parecía impresionar mucho a Peggotty.

Sonó la campana de la puerta y fuimos a abrir.



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