Brand by Henrik Ibsen

Brand by Henrik Ibsen

autor:Henrik Ibsen [Ibsen, Henrik]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Teatro, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1864-12-31T16:00:00+00:00


ACTO QUINTO

(AÑO Y MEDIO DESPUÉS)

La nueva iglesia está terminada y adornada para la consagración. Delante de ella corre un río. Es temprano. Una mañana nebulosa. El sacristán está ocupado en colgar guirnaldas de los muros de la iglesia. En seguida viene el maestro de escuela.

EL MAESTRO.— ¿Ya en pie?

EL SACRISTÁN.— Qué hacer, la cosa urge; ayudadme un poco. Las guirnaldas colgarán de todos lados, sirviendo al mismo tiempo de valla contra la gente.

EL MAESTRO.— En la casa del párroco he visto también una corona de guirnaldas.

EL SACRISTÁN.— ¡Claro está!

EL MAESTRO.— ¿Sabéis para qué son?

EL SACRISTÁN.— Es un escudo para honrar a nuestro párroco; llevará su nombre sobre un fondo dorado.

EL MAESTRO.— Sí, todo brilla en resplandor de fiesta. La gente viene desde muy lejos; el fjord está casi blanco de velas.

EL SACRISTÁN.— Sí, la parroquia ha despertado. En tiempos del párroco difunto no había nunca discusión ni pelea. Aun en las mayores fiestas podía dormirse… Puede ser que sea lo mejor.

EL MAESTRO.— ¡Movimiento, progreso, sacristán!

EL SACRISTÁN.— Es verdad, es verdad. Pero para nosotros es casi lo mismo. ¿De qué provendrá esto?

EL MAESTRO.— La cosa es así. Dormían ellos… nosotros vigilábamos. Despertaron…, pues dormimos nosotros. El mundo marcha sin nuestra ayuda.

EL SACRISTÁN.— Decís que el progreso es bueno.

EL MAESTRO.— También el arcipreste y el párroco están por él. A mí mismo me parece excelente. Pero bien entendido, cuando se trata del bien de nuestras buenas gentes, nosotros estamos firmes y no nos dejamos seducir por engañosas apariencias; somos funcionarios del distrito y sostendremos siempre la necesidad de la disciplina de la Iglesia y de las ciencias tradicionales. Fuera de nosotros las pasiones que enturbian la vista; en una palabra, estamos sobre los partidos.

EL SACRISTÁN.— En cambio el párroco está en medio de su lucha.

EL MAESTRO.— He ahí justamente lo que no debía hacer. A propósito, puedo deciros en confianza que la superioridad no le mira con gran agrado, y si no fuera por respetos al pueblo, hasta se le quitaría su empleo. Pero él adivinó el peligro —de él se puede aprender mucho— e hizo levantar la iglesia. ¡Una obra semejante tiene que deslumbrar naturalmente! Lo que uno hace no tiene importancia; pero el que él lo haga no es nunca en vano. Nosotros, pueblo y directores, somos una especie de ejecutores.

EL SACRISTÁN.— Sí; nosotros no somos una manada que marcha sugestionada sin saber adónde. Un viajero que nos había conocido cuando estábamos dormidos y que llegó aquí poco después de nuestro despertar, ha dicho que éramos un pueblo de grandes promesas.

EL MAESTRO.— Sí que lo es nuestro pueblo, y si no desfallece y sigue adelante, nos aguardan grandes tiempos.

EL SACRISTÁN.— Pensando en eso me he roto muchas veces en vano la cabeza. Vos, que habéis estudiado, decidme qué quiere decir eso de impulso de gran época.

EL MAESTRO.— Un impulso significa un gran porvenir, amigo mío; el explicártelo sería demasiado largo. Es un algo que une a todos. Una idea que se propaga como el fuego y que hace que suceda algo grande y magnífico, pero en el porvenir.



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