La muerte del comendador by Haruki Murakami

La muerte del comendador by Haruki Murakami

autor:Haruki Murakami [Murakami, Haruki]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2018-12-31T16:00:00+00:00


* * *

Durante un rato estuvimos escuchando los cantos de los pájaros, al otro lado de la ventana lucía un espléndido sol de otoño. No había rastro de nubes y cada uno estaba abstraído en sus propios pensamientos.

—¿Y ese cuadro que está de cara a la pared? —me preguntó Marie al cabo de un rato.

Se refería al retrato del hombre del Subaru Forester blanco (aún inconcluso). Estaba apoyado de cara a la pared para no tener que mirarlo.

—Es un cuadro a medio hacer. El retrato de un hombre. No lo he terminado.

—¿Puedo verlo?

—Sí, pero ten en cuenta que aún no es más que un boceto.

Cogí el lienzo y lo coloqué en el caballete.

Marie se levantó de la silla, se acercó y lo contempló con los brazos cruzados. Al enfrentarse al cuadro, sus ojos recuperaron el mismo e intenso brillo de antes. Apretó los labios.

Había pintado el cuadro utilizando tan solo el rojo, el verde y el negro; el retratado aún no tenía un contorno bien definido. Su figura dibujada a carboncillo había quedado oculta bajo el color, como si rechazase adquirir una consistencia real, más presencia de la que ya tenía, como si de algún modo no admitiese más color. Sin embargo, yo sabía que estaba allí. Había atrapado el fundamento de su existencia, como los peces caídos en la red invisible de un pescador aún sumergida en el fondo del mar. Yo intentaba descubrir el modo de sacarle de allí, pero él me lo impedía, y en ese tira y afloja el retrato había quedado interrumpido.

—¿Lo vas a dejar así? —me preguntó Marie.

—De momento sí. A partir de aquí, no sé cómo avanzar.

—Parece que ya está terminado —dijo ella en un tono tranquilo.

Me levanté y me acerqué para contemplar el cuadro desde su perspectiva. ¿Acaso veía la figura del hombre latente en la oscuridad?

—¿Quieres decir que ya no hace falta añadir nada? —le pregunté.

—Sí. A mí me parece que está bien así.

Contuve la respiración. Sus palabras eran casi idénticas a las del hombre del Subaru Forester blanco: «Déjalo así. No lo toques más».

—¿Y qué te hace pensar eso? —insistí.

Marie no dijo nada durante un rato. Se concentró de nuevo en el cuadro, extendió los brazos y después se llevó las manos a las mejillas como si quisiera refrescarse.

—Ya tiene suficiente fuerza —dijo al fin.

—¿Suficiente fuerza?

—Eso creo.

—¿Una fuerza positiva?

No contestó a mi pregunta. Aún tenía las manos en las mejillas.

—¿Conoces bien a este hombre?

Negué con la cabeza.

—No. En realidad, no le conozco de nada. Es una persona con la que me crucé por casualidad en una ciudad lejana durante un largo viaje. No hablé con él e ignoro su nombre.

—No sé si la fuerza es buena o es mala. Tal vez depende del momento. Como esas cosas que se ven distintas en función del ángulo desde el que las mires.

—Y te parece que es mejor dejarlo así, ¿verdad?

Me miró a los ojos.

—Si pintas algo más y no funciona, ¿qué vas a hacer? ¿Qué vas a hacer si de repente alarga su mano para agarrarte?

Tenía razón, pensé.



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