(Nicolás Flamel 04) El Nigromante by Michael Scott

(Nicolás Flamel 04) El Nigromante by Michael Scott

autor:Michael Scott
La lengua: es
Format: mobi
Tags: sf_fantasy
ISBN: 9788499182698
editor: Roca Editorial de Libros,
publicado: 2011-06-15T22:00:00+00:00


Capítulo 39

—No ambientaste un par de obras de teatro en bosques muy parecidos a éste? —preguntó Saint-Germain.

—Sólo las comedias —respondió William Shakespeare en un susurro ronco—, y mis bosques estaban poblados de criaturas mucho más dulces y agradables; este lugar es malvado.

Palamedes se detuvo de manera repentina y tanto Francis como William tropezaron con él.

—¿Podéis estar calladnos? —musitó—. Estáis haciendo el mismo ruido que una manada de elefantes. Y creedme, hay ciertas cosas en este bosque que ni siquiera yo quiero despertar.

—Da lo mismo, Palamedes —murmuró Saint-Germain—. Estoy seguro de que saben que estamos aquí. Lo saben desde el momento que nos apeamos del coche.

—Oh, claro que saben que estamos aquí. Nos están siguiendo —añadió Shakespeare.

Los dos inmortales se giraron para mirarle. Aunque el bosque estaba sumido en una oscuridad absoluta, sus agudos sentidos les permitían ver con asombroso detalle los objetos, aunque no podían distinguir los colores. Palamedes miró al conde, quien meneó ligeramente la cabeza; ninguno de los dos sabía, hasta que Shakespeare lo anunció, que algo les estaba rastreando.

El dramaturgo se subió las gafas con el dedo índice y dibujó una sonrisa que rápidamente cubrió con la mano.

—Ahora mismo, un espíritu del bosque nos observa; tiene aspecto de mujer: bajita, con la piel muy morena y muy bella. Presumo que la ropa que lleva es de color verde militar.

—Impresionante —admitió Palamedes—. ¿Cómo sabes todo esto...? —Dejó la frase sin terminar—. Está detrás de nosotros, ¿verdad? —preguntó en latín.

El Bardo asintió con la cabeza.

—Y no está sola, ¿verdad? —Palamedes continuó en el mismo idioma, sin dejar de mirar a Shakespeare.

—No, no lo está —corroboró el Bardo.

Muy lentamente, el conde de Saint-Germain se volvió para mirar por encima del hombro del caballero.

—Apostaría que van armados con arcos —continuó Palamedes.

—Arcos y lanzas —corrigió Saint-Germain.

El caballero saludó al comité de bienvenida.

Su ropaje de tonalidades verdes era el camuflaje perfecto. Por ello, tardó unos instantes en identificar a la docena de mujeres distribuidas entre los árboles. Supuso que probablemente habría otra docena que no era capaz de ver. Eran bajitas pero esbeltas, con las extremdades demasiado largas, ojos amplios y sesgados y una boca que no era más que una línea horizontal. Las reconoció enseguida: eran dríadas, espíritus del bosque.

Una de ellas, un poco más alta que el resto, dio un paso adelante. Tenía un arco curvado y una lanza con punta negra colocada sobre el hilo.

—Identificaos.

Su voz recordaba el sonido del murmullo de las hojas. Palamedes hizo una reverencia a la criatura. —Encantado de conoceros —dijo utilizando el saludo tradicional—. No os había visto antes —añadió. —Somos nuevas. El caballero se irguió.

—Y sin duda tenéis un acento encantador. Puede que de Naxos... No, de la isla de Karpatos. ¿Se puede saber qué hacen dríadas griegas en un bosque inglés?

—Ella nos ha llamado.

Se produjo un movimiento tras la dríada y ésta se hizo a un lado, dando paso a una figura alta y extraordinariamente delgada. Tenía el rostro de una hermosa mujer, pero su cuerpo parecía haber sido tallado del tronco de un árbol.



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