Memorias de Cienfuegos by Alberto Vázquez-Figueroa

Memorias de Cienfuegos by Alberto Vázquez-Figueroa

autor:Alberto Vázquez-Figueroa [Vázquez-Figueroa, Alberto]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2021-04-30T00:00:00+00:00


Capítulo VIII

—He recibido una información que, según se mire, puede considerarse buena o mala.

—Primero la parte buena.

—Que ningún barco zarpó de Sevilla el día que desapareció el muchacho.

—¿Y la mala?

—Que probablemente el hombre que visitó a su madre ha sido contratado por armadores interesados en saber lo que únicamente Vos sabéis.

—¿Y no hubiera sido más lógico secuestrarme a mí?

—Aquí estáis muy bien protegido y deben suponer que, de tener éxito, toda la información que les proporcionaseis sería falsa.

—En eso aciertan, pero necesito encontrar al muchacho. Tengo demasiadas muertes sobre mi conciencia por ignorante como para tener ahora una por sabiondo.

—Las órdenes de Su Majestad son tajantes: no podéis abandonar el palacio hasta que se haya documentado cuanto sabéis.

—No me parece justo.

—En demasiadas ocasiones los asuntos de Estado no son justos. Y este es un asunto de Estado.

Cienfuegos se vio obligado a aceptar que una docena de países tenían los ojos puestos en las tierras de poniente y cientos de mercaderes soñaban con una ruta más corta que los condujera al oro, las especias, los rubíes y las sedas de Oriente, por lo que frente a tales intereses poco valía la vida del hijo de una prostituta. No obstante, seguía siendo un hombre acostumbrado a enfrentarse a las adversidades, por lo que insistió:

—Me consta que el emperador os ha dado manos libres a la hora de llevar a buen término este asunto, y si pretendéis que cuanto se registre en esos legajos continúe ciñéndose a la verdad o no me demore en exceso a la hora de proporcionar datos importantes, os aconsejo que me ayudéis a traer de vuelta a casa al muchacho. Mi memoria se debilita con las preocupaciones y el bienestar de ese chico me preocupa.

Su interlocutor lo conocía lo suficiente como para saber que hablaba en serio y que había una gran diferencia entre un relato hecho con buena voluntad y otro a regañadientes.

—¡De acuerdo! —admitió—. Os ayudaré porque también me siento en cierto modo culpable; fui yo quien eligió a su madre para que os hiciera compañía.

—Y bien elegida estuvo, por cierto; es dulce, inteligente y divertida, aunque con las cartas en la mano es una maldita harpía. Me gana siempre.

—No me extraña. Os he visto jugar y sois malo a rabiar.

—No es que sea malo; es que tengo mala suerte.

—¿Mala suerte quien ha sobrevivido a tantas vicisitudes? —le espetó sin el menor miramiento don Bernardo—. Lo que ocurre es que en cuanto tenéis buenas cartas sois como un podenco olfateando una perdiz; se os ensanchan las aletas de la nariz, se os enrojecen las mejillas y lo único que os falta es levantar una pata y estirar el rabo.

—Ahora me lo explico.

—Y tened en cuenta que os enfrentáis a una maestra del disimulo capaz de convencer a un octogenario de que lo quiere por sus encantos y no por su dinero.

—¡Si será mala pécora…! ¿Qué podemos hacer?

—Respecto a ganarle a las cartas, nada.

—¿Y respecto al chico?

—¿Pretendéis que me juegue la cabeza?

—Si es necesario…

Don Bernardo Olivar se



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.