Compartimento nº 6 by Rosa Liksom

Compartimento nº 6 by Rosa Liksom

autor:Rosa Liksom [Liksom, Rosa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2011-01-01T00:00:00+00:00


PRIMERO SE ENTREMEZCLARON LOS RAÍLES, el tren se ladeó fuertemente, luego un chillido de frenos, como si un cristal arañara una superficie metálica. El tren se detuvo en la estación de Irkutsk, la capital de Siberia. Se demoraría allí dos días.

El edificio de la estación, de color ocre con las esquinas blancas, se erigía imponente en su antiguo emplazamiento. Delante, el jefe de estación observaba inmóvil el tren recién llegado. La chica cambió de costado, sobre ella se precipitaron impresiones y recuerdos incoherentes, gente a la que no había visto en diez años. Cuando se despertó, nadaba en sudor. El hombre la miró compasivo y ella se sintió bien.

—El alma del prójimo es un abismo oscuro —dijo él en voz baja—. Pero deja el alma estar. Ahora nos vamos al bosque. ¡Al bosque de la comida!

La chica se vistió deprisa, el hombre, despacio y, en cierto modo, con dignidad. Se puso una antigua chaqueta de traje verdosa, la abotonó firmemente, se peinó elegante hacia atrás. Al final sacó los zapatos de debajo de la cama. Eran una especie de botas militares sólidas, forradas de piel, de caña recortada y tacones afilados.

En el nevado andén les recibieron una templada helada primaveral, copos de nieve silenciosos y un perro viejo que agitaba la cola y arrastraba en el hocico un pesado fémur.

En el vestíbulo de la estación hacía calor y el aire era seco. Por sus rincones haraganeaban viajeros melancólicos, en los bancos estaban sentados transeúntes embutidos en pesada ropa de invierno. De esos bancos de madera procedía el silencioso bullicio de las conversaciones de los viajeros. En un extremo del vestíbulo había una cafetería; en la pared del fondo, una ventana redonda por la que la luz invernal se colaba gota a gota en el aire rebosante del vapor de un samovar.

Salieron al exterior por una puerta lateral baja. Junto a la fachada de la estación, en medio del lodo formado por la nieve derretida y el barro, hallaron a los vendedores. El hombre saludó a las abuelas agitando la mano, pero eligió a un anciano que llevaba una gorra sin visera. En su tenderete exhibía setas secas. El hombre charló un instante con el anciano, le entregó una serie de llaves de tubo fabricadas en China, que el viejo examinó con detenimiento antes de sacar de debajo del mostrador unos peces omules curados en sal y una caja de omules del lago Baikal asados.

Al poco rato estaban delante del tenderete de una abuela. A su espalda ahumaba una sucia máquina de asar en la que giraban cadáveres de pollo mal desplumados y blancos como la nieve. Para vender, la vieja solo tenía tres huevos.

El hombre le echó en la mano un puñado de monedas de uno, dos, y tres kopeks.

Aún deambularon un rato más entre los vendedores. Olía allí a un familiar aroma mezcla de ajo, vodka y sudor. El hombre compró té cultivado en Irkutsk, empanadillas de suero de mantequilla, lazos de harina de trigo y rosquillas de azúcar; la chica, pastas de Tula, galletas Etiqueta Dorada y bizcochuelos prianiks.



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