La biblioteca de los susurros by Desy Icardi

La biblioteca de los susurros by Desy Icardi

autor:Desy Icardi [Icardi, Desy]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2021-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo 28

—¡Venid aquí! —nos llamó a capítulo la tía abuela—. ¡Venid a ver qué maravilla!

Acababa de regresar de una de sus misteriosas salidas vestida de domingo; todos corrimos hacia la entrada, seguros de que por fin nos daría una explicación que aclarara todas las cosas extrañas que habíamos observado aquellas últimas semanas.

Llegamos a la puerta todos al mismo tiempo y dirigimos nuestras voraces miradas hacia ella, quien, en vez de darnos la respuesta que estábamos esperando, nos miró uno a uno y luego se echó a reír a carcajadas.

—¿De qué te ríes? —soltó mi madre.

—¿Por qué gritas así, querida Bianca? —le contestó seráfica—. ¡No estoy sorda!

Estábamos asombrados. Que los ancianos sordos afirmen que nos oyen perfectamente es algo bastante común, pero la tía abuela nunca había negado su creciente sordera.

Mientras intentábamos comprender su reacción, la tía abuela se llevó las manos a la cabeza y se apartó el pelo de las orejas.

—¡Son audífonos! —exclamó Fulvio, revelándome el nombre de los dos pequeños objetos metálicos que le brillaban detrás de las orejas.

—Son una maravilla, ¿sabéis? Vuelvo a oír todos los ruidos, ¡incluso los más débiles! Turín se ha vuelto muy ruidosa en los últimos tiempos, ¿os habéis fijado?

—Así que, cuando salías de casa toda bien vestida…

—Sí, Bianca, iba al médico de los oídos. ¡Una verdadera eminencia! Fue tu Luciano quien me lo encontró y… —dijo bajando la mirada incómoda— para ajustar cuentas.

Me acordé de la noche anterior a la partida de mi padre, cuando la tía abuela y él se acercaron juntos a la orilla del Dora para que ella pudiera hacerle dos peticiones. El audífono debía ser una de ellas, pero ¿cuál sería la otra?

—Me alegro mucho de que Luciano haya hecho eso por ti —sonrió mi madre—, ¡lo que no entiendo es por qué nos lo has ocultado todo!

—Es verdad —intervino Fulvio—, ¿qué había de malo en decirnos que estabas yendo a ver a un especialista?

—Vaya, ¿os he tenido preocupados? —se burló—. ¡No creo! Tan solo estabais curiosos como gatos y ha sido divertido veros estrujaros las meninges, pero no lo mantuve en secreto por esto.

—¿Por qué lo hiciste, entonces?

—¡Ya sabes cómo soy, Bianca! —dijo encogiéndose de hombros—. No me fío de las cosas modernas. Si ese gran médico no hubiera podido hacer nada para despertar mis duros oídos, me habría decepcionado y no quería que vosotros también os sintierais igual.

—Lo entiendo —concedió mi madre a regañadientes, rompiendo filas y batiéndose en retirada hacia la cocina.

—¡Venga, marchaos vosotros también! —nos instó la tía abuela en tono alegre—. No os quedéis ahí pasmados, volved a vuestros asuntos.

Nuestra tía abuela atravesó el salón y subió las escaleras cantando. Fulvio y yo la seguimos con la mirada hasta que lo único que quedó de ella fue un canturreo lejano. Ahora que podía oír bien, ya no desafinaba tanto.

Tras la revelación del audífono, terminaron las excursiones de la tía abuela vestida de domingo, pero no desapareció su extraña costumbre de deambular por las habitaciones de la casa con aire soñador, acariciando muebles y objetos decorativos.



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