La caja de pinceles: La manda de Da Vinci (Spanish Edition) by Miguel Ángel L. Matamoros

La caja de pinceles: La manda de Da Vinci (Spanish Edition) by Miguel Ángel L. Matamoros

autor:Miguel Ángel L. Matamoros [Matamoros, Miguel Ángel L.]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Miguel Ángel L. Matamoros
publicado: 2015-06-30T21:00:00+00:00


IX

─Hola, papá ─saluda Maco.

Su voz, seca y fría sacude la tranquilidad de Enrico, que se encuentra en el sofá del salón, sentado y con los pies cruzados, leyendo el periódico. Él tiene a su hija Inmacolatta como su ojito derecho, pese a que Carlo es el pequeño de la casa. De alguna manera, Maco siempre ha sabido ganarse el interés de su padre, sacar partido de su buena voluntad y lo más importante, y por lo que ella hace votos de insistencia, sabe llamar su atención para que él esté pendiente de ella en todo momento.

De este modo, Enrico conoce bien a su hija Maco, es cariñosa, atenta y cuida cualquier detalle. Carlo es todo lo contrario: es un muchacho despreocupado y liberal, bastante autosuficiente, y no es que no sea cariñoso, pero sí descuidado en cuanto al roce familiar se refiere, esto le presenta una seria competencia en el ámbito territorial y afectivo en favor de su hermana, que se gana todos los halagos habidos y por haber. Por otra parte, Enrico conoce a la primera el comportamiento de sus dos hijos. Y desde luego, aquella cara con la que Maco ha entrado en el salón, seria, fija en un punto (los ojos de su padre), gritando en silencio: “¡ayuda!”, no es nueva para él; por mucho que Maco trate de disimular una fingida presentación de bienvenida. Sin embargo, algo ha cambiado en esa llamada de auxilio de su hija, y en el fondo lo teme: ahora Maco tiene dieciocho años y los problemas pueden agravarse en otra dirección acrecentando la gravedad de los hechos.

─¿Ocurre algo? ─inquiere Enrico, desatendiendo el periódico que sostiene entre sus manos.

Maco, al oír la voz de su padre se muestra más inquieta, pese a sentirse protegida con su sola presencia.

─¿No ha venido aún mamá? ─pregunta de forma ocurrente, intentando disimular y salir del paso.

─No.

─¿Tienes un momento? Quisiera hablar contigo.

Enrico afirma tendiendo su brazo hacia el sofá.

─Desde luego. Ven, siéntate ─solicita, desplegando la mueca sonriente que ella conoce bien. Se siente deseoso de escucharla.

Maco obedece. Quizá lo más fácil está hecho: estar al lado de su padre como pensó mientras llegaba a casa. Pero resta lo más difícil... por dónde empezar a contar, cómo llegar a la manda, y cómo explicar la desgracia que mantiene inerte a Carlo sobre el suelo de su habitación. No sabe en qué medida puede ayudarle su padre pero quizá la necesidad de soltar lo que le está ocurriendo aplaque de alguna manera sus nervios y su forma de actuar.

Por un segundo se siente contrariada, tal vez no debería estar allí. Es un pensamiento vago pero le hace mucho daño. Cuando alza la vista y encuentra el interés de su padre, expectante y atento a lo que ella tiene que decir, el exceso de silencio la ahoga. Una carga de culpabilidad se le viene encima: cree haber fallado a su abuela y a todas las predecesoras, que como ella y antes que Giuliana, heredaron el legado de Da Vinci. Mucha responsabilidad, demasiada carga.



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