Ilión by Mario Villén Lucena

Ilión by Mario Villén Lucena

autor:Mario Villén Lucena [Villén Lucena, Mario]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Bélico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-10-05T00:00:00+00:00


* * *

Calcante, vestido con su túnica negra y portando en alto el cetro de sacerdote de Apolo, ordenó al auriga que condujera el carro por el campamento para que los hombres lo escucharan.

—¡Poseidón está con nosotros, puedo sentirlo! —gritaba a pleno pulmón—. ¡Se ha saltado la prohibición de Zeus y nos ayuda a resistir! ¡Acudid al muro! —Su voz delataba miedo. Prefería no imaginar las torturas a las que sería sometido si Príamo conseguía capturarlo.

Muchos aqueos habían comenzado a recoger sus pertenencias; otros ascendían por las escalas a las naves o se arremolinaban en torno a los cascos alquitranados para empujarlos hacia el mar.

—¡No tiréis diez años de espera! ¡La gloria es vuestra! No hallaréis a Poseidón en el mar, sino aquí —insistía el adivino.

La confianza que los hombres tenían en él surtió efecto y, poco a poco, seguros de la ayuda del dios, regresaron a la lucha. Calcante suspiró aliviado al ver cómo los guerreros formaban de nuevo escuadrones y se animaban unos a otros. Antes de que los troyanos se adentraran en el campamento, los aqueos se plantaron delante de ellos.

—¡Poseidón! ¡Poseidón!

Un grito unísono sirvió como señal de resistencia y unidad. Por unos momentos, todos fueron un único cuerpo acorazado con espinas de bronce.

El primer movimiento lo hicieron los aliados de Troya que ocupaban el sector oriental. Avanzaron a la carrera hasta chocar con los escudos enemigos.

—¡Casandra! —gritó Otrioneo, que se había posicionado en primera línea y empujaba con brío.

El choque de escudos pronto se generalizó y muchos cayeron en el primer impacto.

Idomeneo y su fiel compañero Meríones, a la cabeza de los cretenses, defendían aquella zona. El rey, armado con una lanza, buscaba a los adalides para dañar la moral enemiga.

—¡Empujad! ¡Arrasadlos y quemad sus naves! —gritaba Otrioneo enfervorizado.

Idomeneo se fijó en él y lo encaró. Con su lanza, golpeó con suavidad uno de los cuernos de su casco, un gesto leve que solía usar para cobrar confianza. Otrioneo no dudó en responder al envite. Dirigió su arma contra la cabeza del cretense, pero este la esquivó con facilidad. Su guardia quedó abierta un instante e Idomeneo lo aprovechó para clavarle la lanza en el abdomen, atravesando la fina coraza de lino.

El muchacho perdió la fuerza al instante. Con la boca abierta, incapaz siquiera de gritar, trató de tomar aire. Idomeneo se mojó los dedos con su sangre y le pintó sobre el pecho una burda imagen de la diosa con sus serpientes.

—Casandra —balbució Otrioneo con los ojos desorbitados.

—¿La princesa? —preguntó el rey de Creta.

Otrioneo apretó la mandíbula y comenzó a temblar. Idomeneo agarró con fuerza su astil y tiró de él hacia fuera. A los pies del herido se formó un charco de sangre. El cretense, de un puntapié, lo tumbó bocarriba y, agarrándolo por un tobillo, tiró de él hacia sus hombres.

—Ven con nosotros, ayúdanos a tomar Troya, y te prometo a una hija de Agamenón —le dijo entre risas, pero él ya no oía nada. Su luz titilaba y emitía sus últimos destellos antes de apagarse definitivamente.



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