El rey de los asesinos by Raf Segrram

El rey de los asesinos by Raf Segrram

autor:Raf Segrram
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras, Novela
publicado: 1961-12-31T23:00:00+00:00


CAPITULO VII

La desaparición de «Luna Azul» llenó de zozobra a cuantos formaban la banda y, especialmente a «Corzo Negro» y Tex. Tenían confianza absoluta en las aptitudes de su colaboradora hasta el punto de juzgar poco menos de imposible que le echasen mano; pero así y todo, viendo que las horas transcurrían sin que ella regresase, empezaron a abrigar serios temores.

Finalmente, Brand decidió que se saliese en busca de ella. Formó pequeños grupos de hombres, encomendando a cada uno determinada zona.

—Acaso no estaría de más —propuso Jack Skelton— acercarse a Kayenta. Soy poco conocido allí y me resultará fácil obtener informes si es que los hay.

Skelton, lugarteniente de la banda, era hombre de mediana edad, aspecto rudo e inteligencia viva. Sentía por Brand afecto y gratitud sin límites, pues le era deudor de grandes favores.

—¿Opinas —inquirió éste— que la hayan atrapado?

Las miradas de todos concentráronse en Jack, quien repuso, haciendo un leve encogimiento de hombros:

—Cuesta trabajo admitirlo, pero… debe uno ponerse en todo.

—Me parece acertada tu idea —resolvió Tex—. Encárgate de esa misión.

Partieron en direcciones distintas. La consigna fue que si alguien encontraba a la joven, disparase tres veces con intermitencias de cinco segundos, repitiendo tal señal cada diez minutos hasta que algún otro grupo contestase y se le reuniese. Logrado esto, los primeros deberían dirigirse al cuartel general llevándose a «Luna Azul» y los otros correr, distribuidos, hasta ir comunicándolo al resto de la banda.

La búsqueda duró horas y horas. Cuantos integraban los grupos, sin cesar en la tarea, mantenían aguzado el oído con el ansia, de oír los disparos reveladores de la buena nueva. Pero nada interrumpía el silencio majestuoso de los campos.

Mientras tanto, Jack llegó al pueblo. Era más de media noche. Las obscuras callejas aparecían solitarias. De trecho en trecho, amarillentas luces hacían guiños a las sombras. Pertenecían a los establecimientos que no se cerraban nunca. Descabalgó el jinete ante el primero que encontró al paso, y entró sin vacilaciones. Había más público del que hubiera sido lógico suponer a tal hora y reinaba animación.

Apenas hubo cruzado los umbrales, percibió significativas palabras dichas casi a voces.

—Eso es una idiotez —aseguraba un minero con cara de bruto—. Aunque quisiéramos ayudar al Delegado, que no queremos, ¿cómo íbamos a conseguirlo? ¿Es que se halla a nuestro alcance, quizá, la manera de facilitar el canje?

Asintieron varios. Otros expusieron distintos puntos de vista. Un viejecillo de simpático aspecto, terció en el asunto:

—No seáis ingenuos. Ese aviso no es para nosotros; está dirigido a los interesados. Marty Peck es muy cuco y piensa que alguien lo hará llegar a su destino.

—Desde luego, es una mala faena —protestó el minero.

—Los servidores de la Ley han de valerse de sus trucos. El Delegado se habrá dicho: «Si Tex Brand es todo lo hombre que aseguran y “Corzo Negro” ama a su hija adoptiva como un verdadero padre, no vacilarán en rescatarla aun a costa de sus vidas».

Skelton sintió un escalofrío en la médula. Tragó saliva y se agarró fuertemente a la barra.

—Pues si eso es así —manifestó otro— apostaría cualquier cosa a que se sale con la suya.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.