El secuestro by Robert Crais

El secuestro by Robert Crais

autor:Robert Crais [Crais, Robert]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Policial, Novela
editor: ePubLibre
publicado: 1998-05-15T00:00:00+00:00


* * *

Talley se metió las llaves de Jane en el bolsillo. Subió a su dormitorio, fue hasta el escritorio y se quedó mirando las fotografías. Jane y Amanda, que estaba mucho más joven, lo miraban también desde una foto que se habían hecho en Disneylandia, la madre sentada en uno de aquellos restaurantes al aire libre de Adventureland, abrazando a la hija, ambas con sonrisas de anuncio de dentífrico. Habían comido tortillas mexicanas fritas o tacos, una de las dos cosas, con una salsa picante que de picante tenía tan poco que se habían reído: eran tres habitantes de Los Angeles de toda la vida para los que aquella salsa picaba menos que la sopa de tomate Campbell’s, incluso dijeron que aquello solo le parecería picante a alguien de Minnesota o de Wisconsin. Talley retuvo un sollozo en el pecho. Sacó la fotografía del marco y se la metió en el bolsillo con las llaves. Fue hasta el armario a buscar una bolsa azul de gimnasia, que estaba en el estante superior, y se la llevó a la cama. Sacó la pistola que había utilizado durante la etapa de los SWAT, un Colt del cuarenta y cinco modelo 1911 que el armero de los SWAT había afinado para mejorar la precisión y la fiabilidad. Era grande, feo y sumamente peligroso. Solo tenía capacidad para siete balas, pero si los SWAT utilizaban el cuarenta y cinco como pistola de combate era porque una de aquellas balas enormes podía tumbar a un hombre corpulento. Un treinta y ocho o un nueve milímetros no podía garantizarlo, pero el cuarenta y cinco sí. Era un arma asesina.

Talley eyectó el cargador vacío y lo llenó con siete balas. Rebuscó en la bolsa azul para sacar la pistolera de nailon negra. A continuación se quitó el uniforme y se puso vaqueros y zapatillas de tenis. Se colgó la pistolera del cinturón, a un lado, y la tapó con una sudadera negra. Se puso la placa también en el cinturón, sujeta por un clip.

El teléfono móvil que le había dado el hombre del reloj estaba encima del escritorio. Talley lo observó. ¿Y si sonaba? ¿Y si el del reloj le ordenaba que entraran en casa de Walter Smith inmediatamente y mataran a sus ocupantes? ¿Y si contestaba al teléfono y lo que oía era cómo gritaban Jane y Amanda mientras las asesinaban?

Talley se sentó en el borde de la cama pensando que era idiota. Debería ir directamente al Departamento de Inspectores de la Oficina del Sheriff y al FBI; hasta el del reloj lo sabía. Esa sería la forma más inteligente de salir de aquel lío y eso es lo que habría hecho si no creyera que el del reloj no había mentido al asegurar que tenía a alguien infiltrado en York Estates y que estaba dispuesto a matar a Jane y a Amanda, Talley tenía miedo: cuando se trata de las vidas de los demás, no cuesta nada decirles qué tienen que hacer, pero aplicarse el cuento suele resultar una pesadilla.



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