Horizontes perdidos (Tr. Patricia Antón) by James Hilton

Horizontes perdidos (Tr. Patricia Antón) by James Hilton

autor:James Hilton [Hilton, James]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1933-04-23T00:00:00+00:00


Pero sí lo era, y la revelación llegó esa noche después de la cena. Chang ya se había retirado; la señorita Brinklow estaba enfrascada en su gramática tibetana; los tres hombres exiliados quedaron cara a cara con sus cafés y sus puros. Durante la comida, la conversación habría languidecido más de una vez de no haber sido por el tacto y la afabilidad del chino; en ese momento, en su ausencia, se cernía sobre ellos un silencio bastante desafortunado. Por una vez, Barnard no estaba para bromas. Para Conway era evidente que Mallinson era incapaz de tratar al estadounidense como si nada hubiera pasado, e igualmente obvio que el perspicaz Barnard era consciente de que había pasado algo.

De repente, el americano arrojó su puro al cenicero.

—Supongo que todos saben quién soy —dijo.

Mallinson se ruborizó como una muchacha, pero Conway respondió en el mismo tono tranquilo:

—Sí, Mallinson y yo creemos saberlo.

—Qué estúpido descuido por mi parte dejarme esos recortes por ahí.

—Todos tenemos tendencia a ser descuidados a veces.

—Bueno, pues estás muy tranquilo al respecto, y ya es algo.

Hubo otro silencio, que al final rompió la voz chillona de la señorita Brinklow:

—Le aseguro que yo aún no sé quién es, señor Barnard, aunque debo decir que siempre he supuesto que viajaba de incógnito. —Todos le dirigieron miradas inquisitivas y ella continuó—: Recuerdo que cuando el señor Conway dijo que los nombres de todos nosotros aparecerían en los periódicos, usted contestó que no le afectaba. Me hizo pensar que era probable que Barnard no fuera su verdadero nombre.

El culpable sonrió despacio mientras encendía otro puro.

—Señora —dijo por fin—, no solo es una detective sagaz, sino que ha dado con un nombre muy elegante para mi posición actual. Pues sí, viajo «de incógnito», tiene toda la razón. En cuanto a vosotros, muchachos, en cierto sentido no lamento que me hayáis descubierto. Nos las podríamos haber apañado bien sin que ninguno lo supiera, pero teniendo en cuenta la situación en la que estamos ahora, no parecería muy amistoso hacerme el pedante. Habéis sido tan amables conmigo que no quiero causar muchos problemas. Por lo visto, para bien o para mal, vamos a pasar una temporadita juntos, y depende de nosotros que nos ayudemos unos a otros en la medida de lo posible. En cuanto a lo que suceda después, diría que podemos dejar que eso se resuelva solo.

A Conway, todo eso le pareció tan sumamente razonable que miró a Barnard con mucho mayor interés e incluso, aunque quizás resultara raro en un momento como ese, con un toque de aprecio genuino. Era curioso pensar que aquel hombre robusto, carnoso, afable y de aspecto paternal pudiera ser el mayor estafador del mundo. Más bien parecía la clase de tipo que, con algunos estudios más, se podría haber convertido en un popular director de una escuela primaria. Tras su jovialidad se advertían indicios de tensiones y preocupaciones recientes, pero eso no significaba que la jovialidad fuera forzada. Estaba claro que era lo que aparentaba: un «buen tipo» en el sentido más mundano, un cordero por naturaleza y un tiburón solo de profesión.



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