Zapatitos azules y felicidad by Alexander McCall Smith

Zapatitos azules y felicidad by Alexander McCall Smith

autor:Alexander McCall Smith [McCall Smith, Alexander]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2006-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo 11

Un sillón para ser feliz

Mma Makutsi miró la hora. Estaba a solas, pues Mma Ramotswe y el señor Polopetsi se habían marchado a Mokolodi; que su jefa lo hubiera elegido a él para que la acompañara le había sentado un poco mal, pero se recordó a sí misma que no podía sentir rencor hacia el señor Polopetsi, sobre todo teniendo en cuenta que pronto sería su ayudante, esto es, ayudante del ayudante de detective. Como iban a estar fuera toda la tarde y ella ya había terminado el trabajo pendiente (archivar y pasar a máquina), no había motivo para que permaneciera en la oficina ahora que eran ya las cuatro. Por su parte, el señor J. L. B. Matekoni había acabado también su trabajo en el taller —reparar el muy delicado coche francés de un cliente— y había mandado a casa a los aprendices. Seguramente se quedaría en el taller una hora o así, y luego también se marcharía; si sonaba el teléfono, contestaría él y dejaría una nota en la oficina de la agencia. De todos modos, no era probable que sonara, pues a partir de media tarde casi nunca llamaba ningún cliente. Las llamadas importantes solían ser por la mañana, era a primera hora cuando la gente se decidía a ponerse en contacto con un detective privado; para una cosa así hacía falta coraje, admitir una posibilidad preocupante, algo reprimido en lo que uno prefería no pensar, algo que inquietaba o que causaba temor. Y era por la mañana cuando la gente solía decidirse a abordar tales problemas; el final de la jornada solía ser un momento de derrota y resignación.

Pero allí estaba ella, Mma Makutsi, tratando de tomar una decisión que requería una buena dosis de valor. Había dejado de lado hacer algo respecto a Phuti Radiphuti, pero ahora veía claro que tenía que localizarlo y oír qué explicación daba él al hecho de no haberse presentado a cenar. De repente se le había ocurrido que pudiera haber un motivo perfectamente razonable para ello. La gente, a veces, se confundía de día; ella misma, la semana anterior, había pasado todo el martes creyendo que era miércoles, y si ella —una persona tan organizada en su vida personal, gracias a su temprano y valiosísimo aprendizaje en la Escuela de Secretariado de Botsuana— podía equivocarse, tanto más un hombre como Phuti, que tenía todo un negocio que administrar. Si tal era el caso, entonces Phuti habría ido quizá a comer a casa de su padre, quien no lo habría encontrado nada raro aunque no fuera ése el día en que solían comer juntos, puesto que últimamente el anciano no parecía saber en qué día vivía. Los recuerdos del pasado remoto —recuerdos de amigos de los primeros tiempos, de los días del Protectorado, del padre de Seretse Khama, incluso de tiempos anteriores— estaban todavía allí, pero lo que parecía escapársele era el pasado reciente, el complejo y apresurado presente. Mma Makutsi lo había visto en otras personas; estaba segura de que el padre de Phuti no habría advertido a su hijo de que no era el día que comían juntos.



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