Los asquerosos by Santiago Lorenzo

Los asquerosos by Santiago Lorenzo

autor:Santiago Lorenzo [Lorenzo, Santiago]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 2018-09-30T16:00:00+00:00


15

Era viernes. Como si hubiera sido lunes o domingo. Como si hubiera sido pilbes o tuéranos, día - 12 o × 26 del mes de rúfiro o de dopériz. Daba absolutamente igual en el mar de días.

A las seis de la tarde, en la cocina, Manuel pimentaba una patata asada mientras pensaba que sí existe una palabra para expresar que a algo le falta sal («soso») pero que no la hay para decir que a algo le falta azúcar. Devanaderas de empaque.

Acto seguido, la tragedia le cayó encima como una tramoya mal afianzada.

Un sonido olvidado le sacó de la semántica. No era la ronca furgoneta mensual del Lidl, que además a viernes no tocaba. Se trataba de un turismo, esa rareza exótica, que venía hacia su casa. Aquel fue el día del latigazo.

Tras un año de dar por hecho que había encontrado el escondite ideal, el terror a ser descubierto, atrapado y procesado se le echó encima como un vómito de lava. Manuel se quedó clavado a una baldosa, haciendo recuento mental de los signos que podían delatarlo a ojos de quien viniera: luz encendida, olor a algo, calcetines tendidos. No se daba ninguno, pero prefirió no seguir haciendo memoria para que no se le rompiera la tripa del miedo. Por fortuna, ya no hacía para chimenea y no había humo ni olor que señalaran su presencia.

Salió de su pasmo en estado de inervación inédita. A zancadas mudas se subió al primer piso, intuyendo falsamente por instinto que su alejamiento vertical ponía más difícil su captura. Mientras ascendía por las escaleras, sintió por el sonido que el vehículo pasaba frente a su puerta. Paró siete metros más allá. Es decir, frente a la casa azulada, la anexa, al lado mismo de donde él estaba. Para entonces, Manuel ya estaba asomando un párpado por una contraventana distraídamente entreabierta, y miró al bies.

Del automóvil se bajaron dos personas. Una era un lechuguino con traje corporativo, que llevaba bajo el brazo una carpetilla rotulada con el nombre de una inmobiliaria. La otra era una mujer de en torno a sesenta años. La pareja se fue a la casa azulada. El del traje sacó un manojo de llaves, abrió y ambos entraron entre sonrisas comerciales. Manuel aplicó la oreja a la ventana a ver qué decían, porque se dejaron abierta la puerta de la calle y algo le llegaba. El de la inmobiliaria enseñó la casa a la mujer por espacio de media hora, cantando sus excelencias en el volumen alto que se usa en estas operaciones. Luego se fueron en el mismo coche, con más sonrisas y más chistes malos.

Eso significaba que la casa azulada estaba en el mercado inmobiliario, y que una posible compradora había venido a verla. La fachada no exhibía cartel anunciador porque se sabía que nadie pasaba por Zarzahuriel desde hacía años. Pero la casa estaba lista para ser ocupada. Ya había una candidata.

Es inquietante penetrar en el bosque mental de quien recibe la peor de las noticias. Las reacciones al desastre pueden llegar a ser desazonadoramente pintorescas.



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