Hierba de Brujas by Toti Martinez de Lezea

Hierba de Brujas by Toti Martinez de Lezea

autor:Toti Martinez de Lezea [Martinez de Lezea, Toti]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2019-10-22T16:00:00+00:00


Había amanecido y anochecido tantas veces, que Loredi dejó de contar los días. Solo tenía una fijación: continuar adelante, hacia el sol del amanecer, única señal de que iban en la buena dirección. No resultaba fácil, más bien todo lo contrario; la selva era interminable, oscura, peligrosa, idéntica. Tenía la impresión de que regresaban al mismo lugar, aunque anduvieran durante horas. Árboles, rocas, regatas… el paisaje era siempre igual, o así se lo parecía.

Se detuvieron en su segunda jornada de camino pues, a cada poco, Basa se tumbaba en la tierra lamiéndose la pata. Encontraron una pequeña oquedad junto a una fuente que brotaba de entre las rocas, y la joven limpió la herida utilizando un trozo de saya que cortó con el cuchillo arrebatado al muerto, luego buscó unas ortigas y unas ramitas de tomillo silvestre y preparó una cataplasma que aplicó sobre el tajo. Repitió la operación varias veces y sonrió aliviada al comprobar que la hinchazón disminuía, y que el perro dejaba de quejarse. No había comido desde su escapada y tenía hambre, así que puso en práctica lo aprendido con el padre, alimentándose con fresas silvestres, tréboles y sobre todo con setas, procurando, eso sí, no confundirse a la hora de metérselas en la boca si no quería morir envenenada. También logró atrapar con las manos peces del riachuelo adonde iban a parar las aguas de la fuente, pero no tenía una piedra de hierro con la que encender una fogata por lo que tuvo que comérselos crudos. El perro, por su parte, rechazaba aquella comida y buscaba por su cuenta en los alrededores; regresaba con una ardilla, un topillo o una garduña, que dejaba a sus pies, pero si ya le daba dentera comer peces crudos, cuánto más carne peluda. A él no parecía importarle y se zampaba el animalillo en cuanto veía que su dueña no lo quería; cojeaba, pero volvía a ser el perro guardián, atento a cualquier ruido, dispuesto a lanzarse para defenderla.

Loredi deseaba encontrarse con los suyos cuanto antes y reemprendieron la marcha, siempre hacia el Este, con la vista puesta en los rayos que atravesaban la inmensa hojarasca que a modo de túnel se elevaba por encima de sus cabezas. Cuando era niña, el abuelo Xuban le contaba historias que no había olvidado. La selva era el dominio de Basojaun, el señor del bosque, un gigante que protegía a los árboles, plantas y animales, a quien era preciso mostrar respeto y hacer lo que él ordenara. Esperaba no encontrárselo, aunque, después de lo ocurrido, nadie podría ser más terrible que aquellos hombres que habían quemado vivas a cinco personas. Procuraba no pensar en ello, si bien había momentos en los que le era imposible olvidar, en especial cuando el viento arreciaba; escuchaba entonces las voces de los seres que habitaban en la espesura y sentía que se le erizaban los pelillos de los brazos. La abuela Auria solía decir que en Irati vivían espíritus errantes que no habían encontrado el



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