Y resucité de entre los muertos by Jesus Bastante

Y resucité de entre los muertos by Jesus Bastante

autor:Jesus Bastante [Bastante, Jesus]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela Historica
editor: EDICIONES B, S.A.
publicado: 2012-05-31T22:00:00+00:00


XIII

Pedro y las afirmaciones

«Pedro, ¿tú me quieres? ¿Me quieres más que estos?»

Después de los abrazos, de hablar largo y tendido con mis hermanos, de reír y llorar juntos, de seguir soñando con cambiar la realidad, decidimos bajar hasta el lago y cruzar a la otra orilla, allí donde habíamos huido otras veces, agobiados por el gentío que nos seguía a sol y a sombra, que quería escucharme, seguirme, tocarme. Que buscaba en Mí los ecos de la voz que surgía en su conciencia.

Nunca he estado preocupado por la fama o el reconocimiento, y aunque me encontraba muy a gusto entre la gente, rodeado de niños, mujeres y jóvenes ávidos de recibir el don de Dios, llegaba un momento en que no soportaba que todos quisieran tocarme o pedirme milagros. Llegaba a sentirme realmente perseguido. Al menos estos me amaban. La otra orilla, ahora lo sé, era nuestro refugio, el lugar en el que nos olvidábamos de todo y de todos, donde poder encender el fuego y abrir las puertas a las confidencias y la amistad. Nuestro rincón.

Allí mismo, hacía tres años, Pedro se acercó a mí llevado por el entusiasmo de su hermano Andrés. Entonces, todavía se llamaba Simón. En este lugar cambié para siempre su nombre, para ser hasta el día de su muerte, y más allá: A partir de aquel instante serías Pedro, Cefas, la piedra firme, la roca sobre la que construir el Reino de mi Padre. Únicamente un hombre, recio, testarudo, fuerte, inquieto, explosivo, pero un hombre al fin y al cabo.

De todos cuantos me habían visto tras mi Resurrección, Pedro era el único que seguía bajando la cabeza cuando nuestras miradas se cruzaban. Se alegraba de verme, era evidente, pero en su corazón no podía dejar de pensar en su traición, y ese sentimiento golpeaba su alma y la colmaba de tristeza. La felicidad quedaba eclipsada por el recuerdo del corazón resquebrajado y la confianza rota.

Yo tampoco había olvidado aquella noche. No lo escuché de sus labios, no contemplé sus tres negaciones a lo largo de toda la madrugada en el palacio de Caifás, pero cada una de ellas me desgarraba con más fuerza que las bofetadas y los empujones de los esclavos del sumo sacerdote, o los latigazos ordenados por Pilato. «Antes de que cante el gallo me habrás negado tres veces», le había dicho esa misma noche en que lavé sus pies, le di a comer mi cuerpo y mi sangre y le anuncié que uno de ellos me iba a traicionar. Pedro no creyó nada, era imposible que aquello sucediera y si corría riesgo él pondría su cuerpo y su espada entre el Maestro y sus enemigos. Es duro, muy duro, saber —porque yo lo sabía, sin ningún género de dudas, pues así estaba escrito en el Libro de Cielo— que tu mano derecha, aquel cuyo destino era seguir tus pasos, el principal colaborador del Hijo del Hombre en la perpetuación del mensaje de la Salvación, negaría conocerme. No una, ni dos, sino hasta en tres ocasiones.



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