(Warhammer 40.000. Lobos Espaciales 01) Lobo espacial by William King

(Warhammer 40.000. Lobos Espaciales 01) Lobo espacial by William King

autor:William King [King, William]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: prose_contemporary
ISBN: 9788448043551
editor: Timun Más
publicado: 2012-01-01T17:57:08+00:00


Diez

El Cáliz de Wulfen

Ragnar despertó lenta y dolorosamente. Se sentía cansado como correspondía a un hombre que había regresado una vez más de la muerte. Toda su energía, toda su fuerza vital parecían haberse agotado. Pudo recordar muy poco de su experiencia. Fue una interminable pesadilla de violencia y muerte en la que se había puesto a prueba y al descubierto cada debilidad de su psique. Cuando se miró el cuerpo quedó sorprendido al ver que no había marca alguna en él, ni heridas ni rasguños. No podía creer que aquello estuviera pasando.

Estaba desnudo y echado sobre una fría losa de piedra dentro de una caverna. La luz le llegaba de unos extraños y mágicos globos. En otras losas yacían otros aspirantes entre los que reconoció a Sven, Strybjorn y Kjel. De sus bocas salía el frío vapor de la respiración, que se congelaba en nubes al encontrarse con el aire frío de la cueva. Ragnar temblaba y se dio cuenta de lo frío que estaba. Se irguió en la losa e inspeccionó los demás cuerpos. Uno de ellos, un aspirante que no conoció, no parecía respirar.

Ragnar avanzó unos pasos con los pies adormecidos por la helada frialdad y examinó el cuerpo. Apoyó una mano sobre el pecho del joven y se dio cuenta de que estaba frío y de que su corazón no latía. Los miembros ya estaban rígidos por el rigor mortis. Entonces era cierto, pensó Ragnar, uno podía morirse cuando traspasaba la Puerta de Morkai. Volvió a temblar, pero no se sabe si de frío o de miedo. Estaba seguro de que se había librado por muy poco de seguir el mismo destino que aquella pobre alma.

Sintió que en su interior empezaba a nacer una fría y tranquila rabia. Estaba furioso de que alguien pudiese rebuscar entre sus pensamientos y sus recuerdos como el ladrón que pone una casa patas arriba. ¿Quién había dado a aquellas personas derecho a hacer una cosa semejante?, se preguntaba. O, mejor aún, ¿qué los hacía sentirse con derecho a hacerlo?

Algo le hizo tomarse un respiro para reflexionar. Fueran quienes fuesen, seguro que lo hacían con alguna finalidad. Detrás de aquella implacable serie de pruebas y cribas, detrás de aquella interminable búsqueda de debilidades e indignidades debía de haber un gran plan. De otro modo no tendría sentido alguno. No podía ser simplemente una forma cruel de diversión de los dioses; ¿o tal vez sí?

No lo sabía, lo único que sabía es que estaba helado, cansado, hambriento y que quería salir de aquel terrible lugar. Caminó hasta la entrada de la cueva y vio que había otra más allá y en ella más losas, pero éstas estaban vacías. Una de las extrañas criaturas, mitad hombre, mitad máquina, se paró a mirarlo. Uno de sus ojos era humano y azul y, el otro, de cristal y acero y reflejaba la luz como un sol diminuto. Se volvió para mirarlo otra vez y, cuando movía la cabeza, producía un agudo chirrido. Ragnar pudo ver



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