Vampiros by Brian Lumley

Vampiros by Brian Lumley

autor:Brian Lumley [Lumley, Brian]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Terror
editor: epubgratis.me
publicado: 1991-04-30T22:00:00+00:00


Capítulo 10

La aureola de fuego azul de Harry Keogh brillaba en el claro de bosque inmóvil sobre el arruinado mausoleo de Thibor; su mente incorpórea registraba el paso del tiempo. En el continuo de Möbius, el tiempo era un concepto que casi no significaba nada; pero aquí, en las primeras y bajas estribaciones de los Cárpatos Meridionales, era muy real, y el vampiro muerto todavía no había acabado de contar su historia. La parte importante, para Harry, para Alec Kyle y para INTPES, no había llegado todavía; pero Harry comprendió que no debía pedir directamente la información que deseaba. Podía, solamente, incitar a Thibor a llegar a su amargo fin.

Prosigue, lo apremió, cuando la pausa del vampiro amenazó con alargarse de modo indefinido.

¿Qué? ¿Proseguir? Thibor pareció ligeramente sorprendido. ¿Qué más he de contar? Mi historia se ha acabado.

Sin embargo, me gustaría saber algo más. ¿Te quedaste en el castillo, tal como había ordenado Faethor, o regresaste a Kiev? ¿Terminaste tus días aquí, en Valaquia, en estos montes cruciformes? ¿Cómo sucedió?

Thibor suspiró.

Creo que ha llegado el momento de que tú me digas algunas cosas. Hicimos un trato, Harry.

¡Ya te lo advertí, Harry Keogh!, dijo el espíritu de Boris Dragosani, más avisado que el de Thibor. Nunca hagas tratos con un vampiro. Pues siempre saldrá ganando el diablo…

Harry sabía que Dragosani tenía razón. Conocía de buena tinta la astucia de Thibor; se necesitaba mucha para derrotar a Faethor Ferenczy.

Un trato es un trato, dijo. Cuando Thibor se haya explicado, también lo haré yo. Y ahora, Thibor, sepamos el resto de la historia.

Está bien, dijo él. Esto es lo que sucedió…

Algo me despertó. Creí oír un ruido como de madera al desgajarse. Estaba aturdido por los excesos de la noche (todos los excesos de la noche, de los que la lucha con Faethor había sido solamente el primero), pero sin embargo me despabilé. Yacía desnudo en el lecho de la dama, cuando ella, que estaba junto a la puerta cerrada, se acercó. Sonreía de un modo extraño y tenía las manos cruzadas detrás de la espalda. Mi turbia mente no vio nada que temer. Si la mujer hubiese pretendido escapar, habría podido quitarme fácilmente la llave del bolsillo. Pero, cuando iba a sentarme, su expresión cambió, cargándose de odio y de lascivia. No la lascivia humana de la noche pasada, sino la inhumana propia de los vampiros. Descubría las manos y, en una de ellas, llevaba una astilla de roble arrancada del agujero de la puerta. ¡Un afilado cuchillo de madera dura!

«No clavarás ninguna estaca en mi corazón, señora», le dije, y le arranqué la astilla de la mano antes de darle un fuerte empujón.

Mientras ella silbaba y gruñía en un rincón, me vestí, salí y cerré la puerta con llave. Debía tener más cuidado en lo sucesivo. Ella habría podido salir sin problemas y abrir la puerta del castillo para que entrase Faethor,…, si aún vivía… Era obvio que había tenido más interés en liquidarme a mí que en cuidar de él.



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