Universo de locos y otras novelas de marcianos by Fredric Brown

Universo de locos y otras novelas de marcianos by Fredric Brown

autor:Fredric Brown [Brown, Fredric]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 2002-05-15T00:00:00+00:00


TRES

1999

Carta de Ellen desde Washington, a finales de enero:

Querido mío:

Ojalá estuvieras aquí, conmigo, esta noche. O yo allí, contigo.

Entonces, este cansancio y esta jaqueca desaparecerían. Entonces sería feliz y estaría relajada. Pero con jaqueca o sin ella, tengo que contarte qué he conseguido hoy.

Elegí la víctima y el momento a la perfección. La víctima: el senador Rand, ese caballero de Massachusetts que lidera a los conservadores y preside el comité de gastos. El momento: me las arreglé para llevarlo a comer a solas a un restaurante donde nadie nos reconociera y donde, en consecuencia, no habría interrupciones.

Durante la comida lo aburrí mortalmente con las ventajas para la ciencia y para la humanidad de una investigación cercana del gran Júpiter, pero ese sólo era el aspecto superficial de la conversación. De forma soterrada, fui dejando caer insinuaciones cada vez más claras de que estaba dispuesta a sacar adelante el proyecto contra viento y marea. Dejé entrever que ya dispongo de los votos suficientes para aprobarlo —no es cierto, pero ya no llegará a enterarse— y que no le haría ningún bien oponerse a él. Lo observé mientras su humor empeoraba cada vez más, y no dejé de mencionar que trescientos diez millones de dólares son una cifra ridícula para un proyecto de esta envergadura. De hecho, repetí la cifra media docena de veces para asegurarme de que la recordara.

Esperé hasta que terminamos de comer y pasamos al coñac. Rand siempre se toma un coñac después de cada comida, incluso a mediodía, y lo imité. Mientras disfrutaba del sabor y el calor del primer trago dejé caer que hay otra forma de enviar un cohete a Júpiter, mucho más barata y con la ventaja adicional de que aterrizaría en una de las lunas. Saqué del bolso vuestro proyecto, el que hicisteis Klocky y tú, y se lo enseñé. Las cifras eran lo único que le interesaba, pero se quedó con la mirada fija en el total, de sólo veintiséis millones, y después me miró a mí. «Senadora Gallagher —dijo—, si puede salir tan barato, ¿por qué demonios ha presentado un proyecto con un presupuesto doce veces mayor?».

Sabía que me lo preguntaría, por supuesto, y ya tenía preparada la respuesta: que la técnica para hacerlo a menor coste no se había desarrollado aún cuando presenté el proyecto, y que el cohete de fases original tenía la ventaja de ser de dos tripulantes, y de ofrecer más espacio y comodidad para los astronautas. Añadí que a pesar de esos factores estaba dispuesta a retirar la propuesta inicial y sustituirla por la del cohete más barato, de un solo tripulante, si y sólo si me daba su palabra de que los conservadores permitirían que se aprobara el proyecto de ley sin retrasos ni oposición. Puntualicé que no sería necesario que votaran a favor, que podían abstenerse o salir del hemiciclo cuando se votara el proyecto.

Al principio se hizo el remolón y dejó caer que no podía asegurarme nada salvo que él, personalmente, no se opondría



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