Una venganza deliciosa by Jane Porter

Una venganza deliciosa by Jane Porter

autor:Jane Porter
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico
publicado: 2002-08-09T22:00:00+00:00


Diez minutos después de dejar la casa de Dante, la limusina se detenía ante un hotel muy alto y moderno.

El granito azul grisáceo brillaba a la luz del sol. El chófer abrió la puerta de atrás y la luz entró en el coche.

—Hemos llegado —recogió el periódico y bajó del coche. Se volvió y le extendió una mano a Zoe—. Mi reunión es dentro de media hora. Apenas dispongo de tiempo para instalarte.

El hotel era lo último en sofisticación y alojamientos caros.

Lázaro no solo tenía reservada una habitación lujosa, sino la totalidad de la última planta, una suite enorme y privada, de cuatro habitaciones.

Zoe conjeturó que debía ir a menudo, ya que todo el mundo, desde el botones hasta el conserje, lo saludó por su nombre y con evidente respeto.

Subieron a la suite, decorada en mezclas de rojo, azul y unos toques de negro.

Era una combinación osada, fuerte, muy parecida al propio Lázaro. Hasta que el botones no llevó la maleta de Zoe al dormitorio principal y Lázaro no abrió el armario para revelar una hilera de trajes y camisas ella no comprendió que él vivía allí.

—Vives en un hotel —comentó al cerrarse la puerta detrás del botones,

—Soy el dueño del hotel —se encogió de hombros—. ¿Por qué no?

—¿Eres propietario de un hotel?

—Además de otros tres en la Argentina, uno en Uruguay, dos en Chile y el nuevo que estoy construyendo en Brasil.

Ella se sentó en el borde de la cama, sintiéndose cada vez más desorientada.

—No los tienes en propiedad con Dante, ¿verdad?

—No. Forman parte de mi propia corporación.

—Dante no sabe que tienes tu propia empresa.

—Ahora sí —sonrió, pero el humor no llegó a sus ojos.

Zoe volvió a sentir una extraña contradicción.

Sus lealtades chocaban.

—No sé por qué pensé que casi toda tu riqueza estaría invertida en las Empresas Galván.

—Todo lo contrario. Tengo muy poco invertido en su corporación... —el teléfono lo interrumpió. Contestó y finalizó unos momentos después, tras haber pronunciado media docena de palabras—. He de irme, pero regresaré antes de la cena, dentro de unas tres, quizá cuatro horas.

—No te preocupes por mí. Estaré bien aquí. Tienes un televisor y llevo un libro. El tiempo pasará deprisa.

—Puedo arreglar que una de mis empleadas de la agencia de viajes te lleve de compras y hagas turismo...

—Por favor, no. Preferiría quedarme aquí. No soy tan sociable. En casa casi siempre estoy sola.

—De acuerdo, si es lo que quieres —le dio un beso ligero en los labios—. Nos veremos en un par de horas.

Lázaro se adelantó en el sillón y colgó el teléfono de su despacho en la ciudad. Una conferencia de dos horas y media, lo que marcaba un récord personal.

Se frotó el mentón y clavó la vista en el bloc donde había apuntado números, frases, nombres, mientras los inversores americanos, los miembros de la junta de Telefonía Galván y él discutían los puntos cruciales de la adquisición.

Dante no había participado en la conferencia. No aceptaba las llamadas que le hacía. Tampoco iba a aceptar el intento de adquisición hostil con los brazos cruzados.



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