Gigoló. El amor tiene un precio by José de la Rosa

Gigoló. El amor tiene un precio by José de la Rosa

autor:José de la Rosa [José de la Rosa]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788499448299
editor: DIGITAL BOOKS
publicado: 2015-01-18T23:00:00+00:00


23

Karen sabía que a esa hora de la mañana encontraría a Margaret paseando a su perro por los alrededores del museo Fitzwilliam. Se lo había comentado en alguna conversación y ella nunca olvidaba detalles de ese tipo. Aquel desagradable incidente con María la tarde anterior la había obligado a madrugar más de lo que recordaba. Para llegar a tiempo había tenido que pedir que la despertaran a las seis de la mañana y soportar la cara de sorpresa de su chófer cuando le había anunciado que saldrían temprano a hacer una visita. Pero cuando vio a Margaret aparecer por una de las arboledas en ropa deportiva, supo que había merecido la pena el esfuerzo.

—Karen —exclamó sorprendida la suegra de María al verla llegar—. Jamás esperé verte por aquí y menos a estas horas… —Su rostro alegre y relajado se crispó cuando comprendió que aquel encuentro no podía ser casual—. ¿Ha sucedido algo? ¿Mi nuera está bien?

—Tranquila —se apresuró a decir ella. No quería que a aquella vieja le diera un patatús—. Todo está perfecto, pero no podía dejar de ver cómo te encontrabas tú después del desagradable incidente de anteayer.

Al instante Margaret supo que la visita no iba a ser agradable. Nunca le había gustado aquella mujer. Demasiado superficial. Demasiado controladora. No entendía cómo su hijo, y sobre todo María, la consideraban su mejor amiga.

—¿Yo? —le contestó Margaret frunciendo el ceño—. Estoy perfectamente. ¿Por qué debería encontrarme mal? Apenas bebí.

Karen, con su mirada más inocente, negó con la cabeza. Margaret se había cruzado con otras personas así: lobos con piel de cordero con una capacidad innata para encontrar los puntos débiles de los demás y regodearse destruyéndolos.

—Me refería —dijo Karen en voz baja— al comportamiento de María.

Margaret estaba rígida. Mantenía muy cerca la correa de su setter irlandés. El perro parecía notar la tensión y no apartaba la mirada de la otra mujer.

—Mi nuera es perfectamente capaz de cuidar de sí misma —le contestó sin importarle si Karen se sentía ofendida—. Aun así te lo agradezco. —Debía alejar a aquella arpía lo antes posible—. Voy con un poco de prisa. Gracias por venir.

Intentó avanzar, quitársela de en medio, pero Karen se interpuso en su camino.

—Verás, no quiero ser demasiado impertinente, pero… —y sabía que lo sería—. ¿Estás segura de que todo marcha bien entre tu hijo y María?

Ahí estaba. Sabía muy bien para qué había venido. No era tonta. Ella había estado en la despedida de soltera y lo había presenciado todo.

—No es a nosotras a quienes toca solucionar eso —repuso.

Karen estaba sorprendida. Cuando habían hablado por teléfono la mañana anterior, le había extrañado que Margaret no quisiera hablar sobre el tema, a pesar de que ella había sugerido en más de una ocasión la feliz coincidencia de encontrarse con Allen durante el té. Sin embargo, entonces solo tenía una vaga idea de lo que estaba sucediendo. Ahora lo sabía. Lo sabía por boca de María, y aquella vieja estúpida seguía sin querer verlo. Decidió ser más clara.

—Parece que María y ese hombre, Allen, se conocen de antes.



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