Una historia de Nueva York by Washington Irving

Una historia de Nueva York by Washington Irving

autor:Washington Irving [Irving, Washington]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Sátira
editor: ePubLibre
publicado: 1808-12-31T16:00:00+00:00


LIBRO QUINTO

Que contiene la primera parte del mandato de Pieter Stuyvesant y sus dificultades con el Consejo Anfictiónico

Capítulo I

En el que se muestra que la muerte de un gran hombre no conlleva tan inconsolable pesar; y cómo Pieter Stuyvesant adquirió gran fama gracias a la insólita solidez de su cabeza

Para el filósofo profundo, como un servidor, capaz de observar con claridad cuestiones en las que las gentes comunes apenas alcanzan a penetrar, no hay hecho más simple y manifiesto: la muerte de un gran hombre es cuestión de muy escasa relevancia. Por muy elevados que nos consideremos y por mucho que podamos excitar el aplauso vacuo de la multitud, la verdad es que la mayor parte de nosotros en realidad ocupamos un espacio extremadamente pequeño en el mundo, así como es igualmente cierto que incluso ese pequeño espacio es rápidamente ocupado cuando lo dejamos vacío. «¿Qué importancia tiene —se preguntaba el elegante Plinio— que los individuos aparezcan o se marchen? El mundo es un teatro cuyas escenas y actores están en continuo cambio». Nunca habló filósofo alguno con mayor claridad, por lo que me pregunto cómo una afirmación tan inteligente se pudo pronunciar tantos siglos atrás sin que la humanidad la haya aprendido de memoria. Un sabio sigue las huellas de otro; un héroe desciende de su triunfante cuadriga para dejar sitio al héroe que lo prosigue; mientras que del más orgulloso monarca apenas se dice: «Reposó junto a sus antepasados y su sucesor reinó en su lugar».

Al mundo, para sernos por completo sinceros, poco le importan estas pérdidas, y si fuera dejado a su aire pronto se olvidaría de llorarlas; y si bien una nación a menudo se ha visto figuradamente ahogada en sollozos por la muerte de un gran hombre, existen nueve de diez posibilidades de que ninguna lágrima individual se haya vertido por el triste acontecimiento —excepto las de la pesarosa pluma de algún escritor hambriento—. Son el historiador, el biógrafo y el poeta quienes portan la carga completa del dolor, quienes —¡infelices lacayos!—, como los enterradores de Inglaterra, asumen el principal papel de dolientes, quienes hinchan el pecho de una nación con suspiros que jamás liberó y la inundan con lágrimas que jamás soñó verter. Así, cuando el patriótico escritor llora y brama, en prosa, en verso libre y en rima, y recopila las lágrimas de pesar público en un libro, como si de un vaso lacrimatorio se tratara, es más que probable que sus conciudadanos estén comiendo y bebiendo, tocando el violín y danzando, tan por completo ignorantes de las amargas lamentaciones realizadas en su nombre como lo son esos hombres de paja, John Doe y Richard Roe, de los demandantes para los que generosamente se comprometen en ocasiones a ser sus garantes[74].

El héroe más glorioso y digno de aclamación que jamás afligió a una nación podría haber caído en el olvido entre los restos de su propio sepulcro si no le hubiera tomado aprecio algún amable historiador que benévolo transmitió su nombre a la



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