Una dama solitaria by Harold Robbins

Una dama solitaria by Harold Robbins

autor:Harold Robbins [Robbins, Harold]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 1976-01-01T00:00:00+00:00


Pasé dos horas en la sección de Maquillaje y Peluquería, donde cambiaron ligeramente la tonalidad rubia de mi cabello y mis cejas y cubrieron mi cuerpo con una base oscura que transformó en un cobre apagado el color de mi piel. Luego siguió la elección del vestido: una túnica de gamuza suelta y corta con unos cuantos abalorios de colores. Lo llamaban el vestido de Debra Paget. A las diez me condujeron a la parte de atrás donde estaban rodando la película.

Chad se acercó al auto no bien me bajé.

—Estás fantástica —dijo besándome en la mejilla—. ¿Dormiste bien?

Asentí.

—Me alegro —respondió y enseguida me presentó al hombre que se había aproximado—. Este es tu director, Marty Ryan. JeriLee Randall.

Ryan vestía unos pantalones vaqueros y una camisa celeste desteñida.

—Encantado de conocerte, JeriLee —dijo con un acento del Oeste y estrechándome la mano con fuerza.

—El placer es mío —respondí.

—¿Lista para trabajar?

Asentí.

—Bien —replicó—. Estamos preparados para tu primera toma.

Sentí que me invadía el pánico.

—Anoche me dieron el libreto —interpuse rápidamente—. Todavía no he tenido tiempo de leerlo. No me sé el papel.

—No importa —dijo—. De todos modos no tienes ningún diálogo en esas escenas. Ven conmigo.

Lo seguí hasta donde estaba estacionado el camión con la cámara y el equipo sonoro, frente a donde se había dispuesto el escenario representando el campamento indio. Varios hombres vestidos de indios estaban sentados alrededor de un cajón de madera jugando a las cartas. Otros dos se ocupaban de los caballos del corral.

—Oye, Terry —gritó el director—, trae aquí su caballo.

El más bajo de los dos separó un gran caballo blanco del montón y se dirigió hacia donde yo estaba.

—Es una toma muy simple —explicó el director volviéndose hacia mí—. Sales de esa tienda miras alrededor, corres hacia el caballo, montas y te alejas.

Me quedé mirándolo, demasiado alelada como para poder hablar.

Interpretó mi silencio como confusión.

—Suena más complicado de lo que realmente es —explicó amablemente.

—Alguien ha cometido un gran error —anuncié moviendo la cabeza.

—¿Qué quieres decir? —inquirió confundido.

—El libreto que leí no tenía ninguna escena en la que debería montar a caballo.

—Lo corregimos para darte más que hacer —respondió—. Ahora tienes un papel importante. Eres prácticamente la jefa de la tribu. Tienes que hacerte cargo de ella porque tu padre ha sido herido.

—Suena espléndido —dije—. A no ser por un detalle. No sé montar.

—¿Qué has dicho?

—No sé montar —repetí.

Me miró como atontado. Chad se acercó sospechando que algo marchaba mal.

—¿Qué sucede? —preguntó.

—No sabe montar a caballo —contestó el director volviéndose hacia él.

Chad se quedó mirándome.

—¿No sabes montar?

—Jamás me he subido a un caballo —respondí moviendo la cabeza.

—¡Maldición! —estalló Chad—. ¿Por qué demonios no lo dijiste antes?

—Nunca me lo preguntaron —contesté—. Además, el libreto que leí no tenía ninguna escena en la que tuviera que montar a caballo.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó el director.

—Usaremos un doble —repuso Chad.

—Imposible —afirmó el director decididamente—. Hacemos televisión. Todas las tomas son muy de cerca. No hay forma de utilizarlo.

Chad se volvió al muchacho que había traído el caballo y le preguntó:

—¿Cuánto tiempo crees



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