Una última oportunidad by Ruth M. Lerga

Una última oportunidad by Ruth M. Lerga

autor:Ruth M. Lerga [Lerga, Ruth M.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-11-24T00:00:00+00:00


* * *

A Kit, sin embargo, el sueño le fue esquivo. Apenas durmió, obsesionado con el sonido de la puerta del otro lado del corredor. A las cinco y media de la madrugada, maldito reloj, había decidido que acudiría a despedirse de Emma e intentaría hacerlo a solas. La conocía bien y era muy madrugadora, así que suponía que se marcharía antes de las diez de la mañana a pesar de haber trasnochado. Por lo que sabía por May, el equipaje de todos estaba ya abajo desde la noche anterior, listo para ser cargado, a falta de la bolsa de mano con los enseres que usasen ese día.

No estaba bien avisar a su valet a esas horas de que le despertara antes de las siete y media ni tenía una explicación plausible, tampoco, para pedirle que lo avisase cuando lady Emma Towsend bajase a la sala de desayunos. Así que, a las ocho y media de la mañana, cuando al fin reconoció el sonido de una puerta y se asomó por el quicio de la puerta, la vio.

Se puso un pantalón cómodo, camisa, chaleco y chaqueta, obviando el lazo, pues no podría ponérselo correctamente él solo y prefería no llevarlo a hacerlo mal, y bajó tras ella. Cuando entró sonrió tanto como la diosa fortuna le había sonreído a él: estaban solos.

—Buenos días, Emma.

Había oído la dama abrirse la puerta así que no se sorprendió al escucharle, aunque no esperase a nadie en concreto.

—Christopher —respondió, tomando después la taza de té para seguir con su desayuno.

—¿Te importa? —Y se sentó a su lado sin esperar respuesta—. Has madrugado.

—No sabía a qué hora partirían los Morrington, así que he preferido arriesgarme a esperar durante horas a obligarlos a ellos a dilatar su salida por mí. —Troceaba la loncha de tocino mientras hablaba—. También tú te has levantado temprano.

—Quería hablar contigo a solas.

Se le escurrió el tenedor por entre los dedos. Tratando de disimular el temblor de sus manos, cogió la servilleta, se limpió y tomó un sorbo de té. Lo que fuera, se dijo, cuanto antes lo supiera, mejor. La otra opción era esperar a que Eliza se uniese al desayuno, pues, hasta donde sabía, esa mañana no había bajado todavía al comedor, extraño en una joven que solía estar en pie a las siete y media de la mañana.

Se hizo el ánimo e inquirió.

—Dime, pues.

Kit carraspeó. Había ensayado aquel discurso durante las horas que no había podido dormir, así que estaba, hasta cierto punto, calmado, sabiendo qué quería decir y cómo. Y también qué callar.

—Respecto a mi petición del primer día, quería disculparme por mi torpeza.

—¿Torpeza? —preguntó Emma antes de poder detener su lengua.

Creía que, si se decidía a hablar de algo tan incómodo, bien sería para disculparse por haberse insinuado o para reiterarse en la idea; no para hablar de torpezas.

—Como declaración, fue un desastre.

Esa vez, sí, habló a conciencia, con gesto travieso.

—No te declaraste, Christopher.

Sonrió él, relajado al ver que no se sentía agraviada.

—Fue una declaración de intenciones. Y una muy torpe, insisto.



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