Una última caricia by Ruth M. Lerga

Una última caricia by Ruth M. Lerga

autor:Ruth M. Lerga [Lerga, Ruth M.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-02-16T00:00:00+00:00


* * *

Lo sentaron entre lord Jared, el dueño de la casa —lo que era un honor y, además, le gustaba mucho aquel caballero; lo admiraba, incluso— y lady Emma Saint-Jones, la esposa de lord Christopher o Kit, como el marido de esta le había pedido que le llamara; una mujer encantadora y con una sonrisa franca.

Frente a él estaba Eliza, flanqueada por su hermano Richard a un lado y por el otro Richard, el dichoso conde de Bensters, al otro.

Para su sorpresa, la cena se sirvió a la rusa, esto era, con toda la comida que iban a cenar ya en el comedor, colocadas algunas bandejas en camareras auxiliares y otras en el centro de la amplia mesa, y ¡sin lacayos!

Era la primera vez que comía en un comedor sin lacayos para asistirle. Hombres y mujeres se servían unos a otros, abrían las campanas cubreplatos con naturalidad y distribuían las distintas viandas. Lo mismo ocurría con las bebidas. Resultaba caótico y, a la vez, tenía encanto. Lo sentía íntimo y divertido a la vez, como una especie de pícnic dentro de casa y cenando.

Fue Eliza quien se aseguró de que tuviera en el plato lo que deseaba, listándole lo que había en la mesa y ofreciéndose a servirle. Se la veía cómoda haciendo algo tan inaudito.

Nadie esperó a que el resto tuviera su plato lleno, tampoco; claro que, siendo que no había orden ni concierto a la hora de servirse, tenía lógica.

Poco después comenzaron las conversaciones. No había un único tema que todos pudieran debatir por orden, sino que cada grupo hablaba sobre lo que le interesaba… se interrumpían, alzaban la voz e, incluso, había visto volar una servilleta, lanzada hacia la cabeza del marqués de Wilerbrough, en un claro intento de que no contase no sabía qué.

—Al principio me era imposible relajarme ante tan loca desorganización —le confesó Jared en voz innecesariamente baja, dado el escándalo— ni entendía cómo mi esposa, a la que creía conocer, permitía semejante desorden. Me costó casi un año adaptarme a las formas dementes de su familia. Y, si me guarda usted el secreto, le diré que ahora lo disfruto mucho.

Sonrió sin pretenderlo. ¿Sería capaz él de soportar en su tranquila rutina semejante caos? Ahora entendía por qué Eliza le dijo que la norma de la serenidad en su matrimonio no siempre podría cumplirse. Y entendió que a ella le haría feliz invitar a los suyos a su casa y regirse en las mismas circunstancias. La idea de que su madrastra pudiera vivirlo casi valía la pena. Claro que, cuando se casara, se iría de la residencia familiar. Hortense pretendería manejar a su esposa y no quería que su condesa se pareciera a la marquesa de su padre.

«Una me dio afecto, la otra serenidad»; la comparación entre las esposas del marqués de Seanhall le vino a la mente, caprichosa.

Volvió a la realidad al escuchar a lady Edith golpear su copa con una cucharilla, atrayendo la atención del resto. Se puso tenso, creyendo que pudiera haber algún tipo de discurso o insinuación sobre él y Eliza.



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