El hombre que sedujo a Theodora Black by Bethany Bells

El hombre que sedujo a Theodora Black by Bethany Bells

autor:Bethany Bells [Bells, Bethany]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-07-28T00:00:00+00:00


Capítulo 11

Yazid llevaba dos días de un humor de perros.

Aquella conclusión a la que había llegado la señorita Black lo llenaba de desasosiego. Ojalá hubiese podido engañarse a sí mismo con cualquier excusa, pero no podía. La idea encajaba perfectamente. ¿Cómo no lo había visto en cuanto Theodora le contó sus teorías sobre Dankworth y todo aquel asunto?

En realidad, sí lo había visto. Lo único que pasaba era que no quería reconocerlo.

Por suerte, tenía mucho trabajo cada día, y podía olvidar a ratos todo aquel asunto angustioso. La caravana seguía avanzando con una lentitud desesperante, pero al menos no había grandes contratiempos. En general, los problemas que surgían eran menores y no le llevaba más de un par de minutos solventarlos.

Pero de vez en cuando, también surgían complicaciones más graves.

Estaban cerca del punto en el que iban a establecer el nuevo campamento, pasando por el lugar llamado el Bosque de Argán, pese a que solo había media docena de árboles de esa especie en aquel tramo final de la hammada, cuando oyó gritos.

Los hombres se arremolinaban junto a un pedregal. Yazid dirigió hacia allí el caballo.

—¿Qué ocurre? —preguntó.

—¡Ahmed ha resbalado y se ha caído en un agujero, alteza! —⁠contestó uno de ellos. Debía ser un buen amigo del tal Ahmed, porque parecía muy alterado⁠—. Está vivo, pero parece que se ha roto una pierna.

—Forma parte del séquito del embajador otomano, alteza —⁠añadió otro hombre⁠—. Es uno de sus músicos.

Yazid desmontó, le entregó a este último las riendas y se asomó al agujero. Era irregular, estrecho, con poco más de un metro de ancho en sus puntos más holgados, y con unos cuatro metros de profundidad. Se preguntó si no sería el pozo de algún antiguo asentamiento, aunque nunca había oído mencionar algo así, y no había por los alrededores ningún resto de cerámica ni otros indicios que pudieran confirmar la idea. ¿Una trampa para cazar animales, quizá? También podían haberlo horadado las raíces de algún árbol que ya no estaba.

En cualquier caso, un hombre se agitaba en su fondo, con una de sus piernas retorcida en una posición imposible. Le dolió a él, solo de verlo.

—Traed cuerdas, rápido —ordenó. No había acabado de decirlo cuando los hombres ya estaban lanzando una. Yazid miró a su alrededor. El carro más próximo era el de las mujeres, que estaba pasando justo en ese momento a unos dos o tres metros. Se preguntó si la señorita Black estaría mirando por el estrecho ventanuco enrejado que recorría todas sus paredes⁠—. Que paren ese carro. Atad el extremo a una de sus ruedas y…

—¿Qué demonios ocurre aquí? —⁠Mustafá se plantó a su lado, a lomos de su caballo, Harb, «Guerra», un nombre más apropiado para su hermano que para ningún animal. Este, en concreto, era un ejemplar soberbio, el mejor de las cuadras de Mehmet Alí, que se lo había regalado la tarde antes de abandonar Egipto. Ventajas de ser el heredero, el hombre al que había que cortejar⁠—. ¿Por qué os habéis detenido?

—Uno de los hombres del embajador ha caído a un pozo.



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