La habitación en forma de L by Lynne Reid Banks

La habitación en forma de L by Lynne Reid Banks

autor:Lynne Reid Banks [Banks, Lynne Reid]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1960-01-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO XIII

ME tuvieron en el hospital una semana, aunque ya después del primer día pudieron decirme que la violenta indigestión producida por mi locura del curry, no había desalojado —ni siquiera perjudicado gravemente— a mi pequeño pasajero. Pero decidieron tenerme bajo observación hasta que saliera del tercer mes.

Me hallaba en una amplia sala llena de mujeres, muchas de las cuales, por lo que me pareció, sólo padecían senilidad. Nunca había estado hospitalizada y al segundo día me encontraba lo bastante bien para notar los detalles, como el leve olor —que en un principio creí que era olor a muerte— y que resultó ser del desinfectante. La rutina del hospital me ponía de muy mal humor, pero por otra parte resultaba agradable sentirse segura y atendida; y otra cosa muy buena era que nadie se fijaba —o por lo menos, no parecía notarlo— en que yo no tenía anillo aunque me quiso parecer que la matrona, al pasar por mi lado, adoptaba una actitud un poco despectiva; pero quizá fuera sólo por el tic que tenía de ladear la cabeza.

No sabía si debía esperar que Toby me visitase. Al ver que no iba me dije que había sido una estupidez de mi parte esperarlo, lo cual no impidió que hasta el último día esperase su llegada. Pero no fue. En realidad, nadie me visitó excepto mi amiga Dottie, como luego contaré. Y era natural, porque nadie sabía que yo estaba allí excepto Toby (y quizá John). Sin embargo, las horas de visita eran para mí un martirio mucho más temido que las cosas tan desagradables que los médicos o las enfermeras tenían que hacerme. Ansiaba tener alguna compañía y me sentía injustamente abandonada. Cuando se acercaba la hora y veía a los visitantes que se agolpaban al otro lado de las puertas de cristal, al final de la sala, esperando el momento en que las abrieran, me sumergía en la lectura de un libro para ocultar mis ojos irritados pero no podía lograr que se mantuvieran en las páginas y que no siguieran el paso de cada visitante por delante de mi cama. Me decía a mí misma, como una niña: «Alguien vendrá. A alguien se le ocurrirá venir». Deseaba haber tenido unos biombos en torno a mi cama como los enfermos muy graves, para que en vez de lanzarme piadosas miradas de soslayo porque nadie venía a verme, la gente hubiese bajado la voz y murmurado sepulcralmente: «¡Pobrecilla! ¿Sabe usted? Se está muriendo».

Por eso me produjo una indescriptible alegría, en el sexto día, ver avanzar hacia mí una figura familiar entre los visitantes. Era Dottie. Pictórica de personalidad y muy elegante con un nuevo vestido rojo y un sombrerito haciendo juego; con un enorme ramo de narcisos en una mano y un gran bolso en la otra. Se notaba mucho su presencia entre la gente gris que visitaba a las demás enfermas y por eso todos la miraban. Algunas de las ancianas murmuraban ceñudas y seguramente estarían criticando su vivo maquillaje y sus altos tacones, todo lo cual me levantaba la moral extraordinariamente.



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