Grace y el duque by Sarah MacLean

Grace y el duque by Sarah MacLean

autor:Sarah MacLean [MacLean, Sarah]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Romántico, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 2020-06-30T00:00:00+00:00


Capítulo 16

Esperarla resultaba una tortura.

Más tarde, esa misma noche, Ewan estaba en medio de su dormitorio, dolorido por la pelea con el Garden y por el combate con Grace; sabía que solo uno de esos dolores desaparecería con el tiempo.

Había visto la forma en que ella lo deseaba, lo había sentido cuando se besaron en la entrada del callejón. Lo había percibido en sus suspiros entrecortados, cuando se aferraba y se apretaba contra él, haciéndolo enloquecer.

Y lo que era peor, había visto cómo ella luchaba contra ese deseo cuando le había preguntado qué necesitaba.

Lo necesitaba a él, maldita fuera.

Igual que él la necesitaba a ella.

Y podría haberla convencido de ello mientras el sol se ponía sobre los tejados. Podría haberla seguido mientras escalaba el muro y se dirigía a su casa, donde podría haberse colado.

Donde ella podría haber dejado que la besara de nuevo y terminaran lo que habían empezado.

Podría haberle dicho lo que necesitaba. Y dejar que él se lo diera.

Pero eso no era suficiente. No solo quería que le permitiera estar con ella. Que le dejara tocarla, besarla. Quería que ella también lo deseara con el mismo doloroso y lacerante anhelo que él.

Y eso significaba permitir que Grace lo eligiera.

Que fuera a por él.

Así que se había marchado, en lugar de atraerla a sus brazos y mantenerla allí hasta que confesara la verdad.

«Ven a verme cuando lo sepas».

Gruñó de irritación al recordarlo, y la frustración le hizo subirse los pantalones y abotonárselos con una brusquedad que le provocó dolor en las costillas.

—Te lo mereces, maldita sea —murmuró para sí mismo, deteniéndose antes de terminar de vestirse. Se volvió hacia el espejo que había en el otro extremo de la habitación, todavía en penumbra, a pesar de las velas que había colocado a su alrededor para examinarse mejor las heridas.

Si no la hubiera dejado, ¿estaría todavía con ella? ¿Habría curado ella sus heridas? La pregunta le hizo recordar sus dedos en su pecho deslizándose hacia abajo, por sus costillas, rozándolo apenas cuando él se había quejado por el dolor. El primer indicio de que le preocupaba que sufriera.

Como si su contacto pudiera hacerle daño… Ni siquiera cuando ella le infligió el castigo en el ring de boxeo, incluso cuando él había recibido sus puños y luego el pañuelo de seda de su cintura que cualquier otro hombre habría subestimado, ni siquiera entonces pudo evitar deleitarse con su contacto.

«Estaba viva».

Un año después, aquella revelación seguía amenazando con quebrarlo.

Estaba viva, y si él tenía razón, lo deseaba, así que se había arriesgado y la había dejado con las ganas, allí, en el Garden, y había vuelto a su casa de Mayfair. Su intento de colarse por las cocinas fracasó en el momento en que la cocinera vio su cara maltrecha y se puso a gritar llamando a O’Clair, que inmediatamente se transformó en una gallina cuidando de su polluelo e insistió en que avisaran a un médico, a Scotland Yard y al hermano del mayordomo, que al parecer era cura.

Tras convencer



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