Una amistad peligrosa by Pablo Poveda

Una amistad peligrosa by Pablo Poveda

autor:Pablo Poveda [Poveda, Pablo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2023-01-01T00:00:00+00:00


22

A falta de unos minutos para alcanzar la medianoche, Maldonado apagaba la enésima colilla en un cenicero de cristal atiborrado de cigarrillos torcidos. Después roció un chorro de segoviano sobre los hielos casi desechos que llenaban el vaso redondo de vidrio. Con la camisa desabotonada, una camiseta interior de tirantes y los pies sobre la mesa, distraía las últimas horas de una larga jornada de trabajo. Necesitaba un respiro, dejar las ideas a un lado, aunque ningún pasatiempo era suficiente para olvidar lo que había encontrado en la agenda de su excompañero.

Desvió la atención a la televisión, con el fin de apaciguar las ideas y que estas reposaran en la mente, mientras brotaban otras nuevas. Era su modo de operar y siempre le había ido bien así. Miró a la pantalla y subió el volumen del aparato. Le gustaba ver películas de policías y asesinos. En cierto modo, las cintas americanas le ayudaban a recrearse en sus tiempos pasados, en lo que nunca fue, en lo que ahora moldeaba a su antojo para guardar un vestigio que mereciera la pena. Madrid poco tenía que ver con las calles de Nueva York y su trabajo nunca había guardado el glamur de los investigadores privados con gabardina que corrían las calles de Brooklyn en busca de los maleantes. En parte, era mejor así, se decía entre risas, medio beodo, dándole sorbos al fuerte brebaje. No añoraba su vida anterior, sino a su amigo. Cuando lo expulsaron del Cuerpo, se alegró de no volver a verle la cara al fiscal de turno, que solía pertenecer a un gremio de listos sin fin, ni tampoco al comisario, ni a los de la Científica. Su manera de hacer las cosas nunca encajó con los procedimientos que había que llevar a cabo.

«El fin no justifica los medios, inspector», le reprendía el comisario, cada vez que resolvía un caso, como si fuera la última vez que iba a hacer la vista gorda. En el fondo, sabía que lo hacía cuando le interesaba, ya que Berlanga era el ángel de la guarda que no había pedido tener.

Siguió disfrutando la película, sorprendido por lo bien que se llevaban todos con todos en las dependencias, por cómo esas parejas de polis se parecían tanto a Berlanga y a él juntos, excepto cuando comían hamburguesas y resolvían los casos entre perritos calientes o puestos de comida china. A él no le hubiese importado resolverlos en las mesas del Óskar de Santo Domingo, pero Berlanga era un sibarita.

Cuando estaba fantaseando con su imaginación, a la vez que perdía el hilo de la película, el timbre del teléfono fijo lo sacó del trance en el que se encontraba. El timbrazo lo puso en alerta.

Apoyó el vaso en la mesa y se levantó para descolgar.

—¿Sí?

—Javier, soy Clara.

Pasmado, se preguntó si estaría más borracho de lo que imaginaba. Comprobó la botella, pero solamente llevaba un par de tragos en el organismo.

—Clara, ¿qué sucede?

—Es sobre Miguel. Lo han trasladado a planta.

La noticia le alegró. Era lo más parecido a un milagro.



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