Un trabajo muy sucio by Christopher Moore

Un trabajo muy sucio by Christopher Moore

autor:Christopher Moore [Moore, Christopher]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor, Sátira
editor: ePubLibre
publicado: 2006-01-01T05:00:00+00:00


17

¿Y a ti qué tal te fue?

A la mañana siguiente, Cassie, la novia de Jane, oyó a alguien en el pasillo y abrió la puerta. Charlie estaba allí, cubierto de sangre y de una sustancia pegajosa y negra, y oliendo a sándalo y aceite de almendras. Tenía un corte en la oreja, sangre seca en la nariz, el frente de los pantalones hecho jirones y plumillas negras pegadas por todas partes.

—Vaya, Charlie —dijo Cassie, un tanto sorprendida—, creo que te había subestimado. Cuando decides lanzarte al ataque, no te andas con chiquitas.

—Ducha —dijo Charlie.

—¡Papi! —gritó Sophie desde su cuarto. Salió corriendo con los brazos abiertos, seguida por dos perros gigantes y una tía lesbiana vestida de Brooks Brothers. En medio del cuarto de estar vio a su padre, dio media vuelta y salió corriendo de la habitación, aterrorizada.

Jane se paró junto al sofá y se quedó mirando a Charlie.

—Madre mía, Chuck, ¿qué has hecho? ¿Intentar follarte a un leopardo?

—Algo parecido —contestó él. Pasó tambaleándose junto a ella y cruzó su habitación camino del cuarto de baño grande.

Jane miró a Cassandra, que intentaba que la sonrisa no se le convirtiera en carcajada.

—Eras tú quien quería que saliera más.

—¿Le has dicho lo de mi madre? —dijo Jane.

—Me ha parecido que debías decírselo tú —respondió Cassandra.

—Pues las pistolas son un asco, os lo digo yo —dijo Babd, la última de las tres divas de la muerte que había hecho acto de presencia Arriba—. Sí, ya, desde aquí abajo parecen geniales, pero de cerca… Son ruidosas, impersonales… A mí, donde esté un hacha o una tranca…

—A mí me gustan las trancas —dijo Macha, que tenía las garras metidas dentro de la cabeza cortada de Madison McKerny y movía su boca como si fuera una marioneta.

—La culpa es tuya —dijo Nemain en tono de reproche. Tenía en las manos uno de los implantes mamarios de Madison McKerny (con trozos de carne sanguinolenta todavía adheridos a él) y lo apretaba contra las heridas de Babd para curarlas. A medida que la carne negra se regeneraba, el fulgor rojizo del implante iba a apagándose—. Esto está perdiendo poder. Y después de esperar años para apoderarnos de otra alma…

Babd suspiró.

—Supongo que lo de la paja no fue buena idea.

—Supongo que lo de la paja no fue buena idea —se mofó la marioneta de Macha.

—En los campos de batalla del norte lo hice, qué sé yo, ¿diez mil veces? —dijo Babd—. Una última gayola para el guerrero moribundo… Me parecía lo menos que podía hacer. Ya sabéis que se me da especialmente bien. Hay que tener mucha mano para mantenérsela dura a un soldado mientras se le salen las tripas por entre los dedos.

—Se le da bien —dijo Orcus—. Doy fe de ello. —Se recostó en su trono para mostrar metro y medio de verga negra como la de un toro y dura como madera muerta con la que atestiguar su entusiasmo.

—Ahora no, acabo de pintarme los labios —dijo Macha haciendo mover la boca a la cabeza, y le



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