Un grito de amor desde el centro del mundo by Kyoichi Katayama

Un grito de amor desde el centro del mundo by Kyoichi Katayama

autor:Kyoichi Katayama [Katayama, Kyoichi]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2001-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo III

1

Cuando volvimos del viaje escolar, a la enfermedad de Aki la llamaban «anemia aplástica». Aki parecía creerse lo que le habían dicho los médicos, que tenía una disfunción en la médula ósea. Evidentemente, yo tampoco tenía motivos para dudarlo.

Una enfermera me instruyó en la «técnica de la bata». Primero debía ponerme una bata y una máscara de las de la taquilla del pasillo. A continuación, tenía que sustituir mis zapatos por unas zapatillas especiales. Y luego, una vez me había desinfectado las manos en la entrada de la habitación, por fin, ya podía penetrar en ella.

Cada vez que me veía con la bata y la máscara puestas, Aki se desternillaba de risa sobre la cama.

—¡Es que no te pegan para nada!

—¿Y qué remedio me queda? —dije, descorazonado—. Si tu médula es tan perezosa que no produce los glóbulos blancos que debería, ¿qué le voy a hacer yo?

—¿Cómo va la escuela? —me preguntó ella, cambiando de tema.

—¡Uf! Como de costumbre —respondí con lasitud.

—Pronto tendréis los exámenes trimestrales, ¿no?

—Sí.

—¿Estás estudiando?

—Más o menos.

—¡Tengo tantas ganas de volver al instituto! —musitó Aki dirigiendo la vista hacia el otro lado de la ventana.

La enfermera asomó la cabeza por la puerta de la habitación y preguntó si todo iba bien. La saludé con una sonrisa. Como iba a diario, las conocía a todas de vista. Las pruebas solían hacerlas por la mañana. Hasta la cena, teníamos unas horas de paz.

—Viene a vigilar, para que no nos besemos —me dijo Aki en voz baja cuando la enfermera hubo desaparecido—. El otro día, la enfermera jefe me dijo que no me besara con ese novio que venía a verme siempre. Que podría contagiarme los microbios.

Por un instante, me imaginé un montón de microbios pululando en el interior de mi boca.

—Da una impresión rara, ¿no?

—¿Te apetece?

—A mí me da igual.

—Podemos, si quieres.

—¿Y si te contagias?

—En el lavabo está el elixir que uso para las gárgaras. Enjuágate bien la boca primero.

Me bajé la máscara hasta la barbilla y me limpié cuidadosamente la boca con un colutorio bucal. Luego nos sentamos en un extremo de la cama, frente a frente. Me acordé de la primera vez que nos besamos. Darse un beso con semejantes medidas profilácticas originaba una tensión mayor que la del primer día. Nos rozamos los labios con suavidad.

—Hueles a elixir —dijo ella.

—Si esta noche tienes fiebre, no me eches la culpa a mí.

—Habrá valido la pena.

—¿Repetimos?

Volvimos a unir nuestros labios. Aquel beso, intercambiado tras haberme lavado la boca y vestido con una bata verde pálido de cirujano, parecía un rito solemne.

—El año que viene, durante la estación de las lluvias, iremos a ver las hortensias de la montaña del castillo, ¿vale? —dije.

—¡Uf! Quedamos en ir en segundo de secundaria —dijo con los ojos entrecerrados, con la mirada perdida en la distancia—. Sólo hace tres años, pero me da la sensación de que ha pasado muchísimo tiempo.

—Es que han sucedido muchas cosas.

—Sí, es verdad.

Aki pareció ensimismarse en sus pensamientos. Luego:

—Aún falta más de medio año —musitó.

—Así tendrás tiempo de sobra para curarte.



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