UN BILLETE PARA EL INFINITO by Eduardo Alzola

UN BILLETE PARA EL INFINITO by Eduardo Alzola

autor:Eduardo Alzola
La lengua: spa
Format: epub
Tags: un, billete, para, el, infinito, eduardo, Alzola, novela, negra, intriga, ediciones, beta, e pub, ebook
ISBN: 9788415495758
editor: Ediciones Beta III Milenio, S.L.
publicado: 2016-07-29T00:00:00+00:00


Reparé en cuánto habían cambiado los hijos de Morogni desde el día en que llegue a la casa. Bueno, en realidad la que había cambiado era ella, porque él seguía siendo el niñato rechoncho y paliducho, si acaso un poquitín más alto y bastante más gordo, con la tez pálida cuajada de granos. Ya no parecían mellizos. Su hermana se había convertido en una jovencita alta y robusta, con una bonita figura y un hermoso rostro ovalado que enmarcaba sus preciosos ojos negros.

Aquella noche Adela vino a hacerme una de sus habituales visitas nocturnas. Estábamos los dos sentados sobre la cama, compartiendo un bocadillo de mortadela, como tantas veces, cuando la puerta de la habitación se abrió de sopetón. Afuera, mirándonos con una sonrisa burlona, una expresión entre satisfecha y victoriosa, y señalándonos acusador con el dedo índice de su mano izquierda estaba el hijo de Morogni, y tras él su beata tía Virtudes con el rostro desencajado y los puños muy, muy apretados. Supongo que serían imaginaciones mías, pero me pareció que de sus orejas salía un humo blanco amarillento y de sus ojos unas llamaradas abrasadoras.

–¡Vade retro, aborto de Satanás! –me gritó mientras, esquivando al estúpido de su sobrino, avanzaba hacia mí blandiendo un crucifijo a modo de escudo protector–, ¡apártate de esta criatura a la que has corrompido con las malas artes que a buen seguro has heredado de la bruja de tu madre!

¡¿La bruja de mi madre?!, ¿estaba insinuando que yo tenía una madre?

A la vez que me golpeaba en la frente con la cruz agarró a Adela por una de las trenzas y tiró de ella con tanta fuerza que la hizo caer al suelo y la arrastró hasta el pasillo.

–¡Y tú, ingrata fornicadora, eres peor que la más inmunda de las meretrices! ¡Has deshonrado a tu padre y a Dios! ¡Qué vergüenza, una Morogni y un, un...! –me miró con asco mientras intentaba encontrar un epíteto suficientemente horrible para describirme–. ¡Y aún no eres más que una niña!

Mientras despotricaba contra su sobrina, doña Virtudes seguía tirándole de la trenza con una mano mientras con la otra la abofeteaba con saña, ante la mirada complacida de su hermano. Adela tenía los ojos inundados de lágrimas y le temblaba el mentón, pero no emitió ni el más leve gemido. Miraba a su tía con dureza, desafiante, sin molestarse siquiera en intentar esquivar los golpes.

El alboroto había atraído a algunos curiosos, entre los que estaba Cecilia. La buena mujer se abalanzó sobre Adela para protegerla con su cuerpo de los golpes de la tía, mientras imploraba clemencia para la chica.

–¡Por favor, doña Virtudes, no la castigue más! ¡Son buenos chicos, seguro que no hacían nada malo! ¡Por favor, por favor...!

–¡Criada malnacida! ¿Acaso te vas a poner de su parte, sucia celestina?

La infame urraca golpeaba y maldecía, maldecía y golpeaba, sin hacer distingos en el amasijo de trenzas de oro y azabache. Mi hermanita giró la cabeza desde el suelo y me miró, y al hacerlo, no sé de dónde sacó el ánimo, me sonrió.



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