Un amor impetuoso by Barbara Cartland

Un amor impetuoso by Barbara Cartland

autor:Barbara Cartland [Barbara Cartland]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Bantam
publicado: 2016-06-05T13:13:44+00:00


Capítulo 6

Sentada en el pescante del carruaje, Jabina descubrió que podía ver mucho mejor el camino desde allí que desde el interior como pasajera.

Habían salido de la casa del general a las ocho en punto de la mañana, después de trabajar varias horas, hasta que los baúles, cestos y bolsas se hallaron dispuestos.

El carruaje era realmente un vehículo impresionante y podía alcanzar gran velocidad.

Desde el momento en que Jabina y el duque conocieron al general, se dieron cuenta de que actuaba como un déspota acostumbrado a salirse siempre con la suya en el menor tiempo posible.

Los realistas les habían provisto a ellos de todos los papeles que necesitaban, indicándoles luego al elegante zona de la capital donde debían presentarse a solicitar trabajo.

Si a Jabina no le hubiera dado tanto miedo pensar en lo que les sucedería si les descubrían, hubiese encontrado divertida la apariencia de ambos.

En el sótano se había desvestido detrás de un biombo, y las damas la volvieron a vestir con la ropa que correspondía a una doncella, insistiendo en que hasta el último detalle fuera correcto. El vestido de sarga negra, bastante ajustado, habría resultado horrible en cualquier mujer con una figura menos perfecta que la de Jabina. Un cuello blanco y un pequeño delantal de seda del mismo color, disminuían un poco su severidad. Un áspero sombrero de paja le cubría el cabello, que había constituido un problema.

—¡Es un rojo demasiado atractivo! —declaró una de las damas, a la que las demás llamaban «condesa», no sin cierto tono de envidia en la voz.

—¡Es cierto! —reconoció otra—. Ninguna buena ama de casa la contrataría de haber hombres en la familia.

Todas se echaron a reír, pero Jabina dijo muy preocupada:

—¿No podría teñírmelo?

—No hay tiempo —dijo la condesa—. Además, el cabello teñido nunca se ve natural.

—¡Su piel es demasiado blanca para ser una mujer de este país! —se quejó la condesa y una vez más Jabina advirtió la envidia con que lo decía.

Las demás consideraron absurda aquella observación.

—Josefina Bonaparte tiene la piel muy blanca —dijeron—. ¡Los ingleses no son el único pueblo en el mundo con la piel clara!

Decidieron entonces concentrarse en el vestuario de Jabina, con la esperanza de que la esposa del general, en su prisa por irse con su marido a El Havre, no se fijará demasiado en ella.

Le pusieron un refajo de tela gruesa y áspera y unas medidas de lana negra, pero tuvieron alguna dificultad en encontrar un par de zapatos resistentes, cómodos y pequeños, porque los pies de Jabina eran diminutos.

Por fin, le pusieron el resto de la ropa que tendría que usar en una cesta de mimbre: un vestido de algodón para trabajar, una cofia que, al menos, cubriría su cabello, y un delantal blanco muy almidonado.

—No olvide que es el amo quien proporciona los uniformes —dijo la condesa—; así que la señora Delmas no se sorprenderá de que lleve tan pocas cosas.

Por último, Jabina se cubrió con una vieja capa de viaje que, evidentemente, había visto mejores días.

—Pertenece a mi propia doncella —dijo una de las señoras, sonriendo—, y aquí están también sus guantes.



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