Tres soldados by John Dos Passos

Tres soldados by John Dos Passos

autor:John Dos Passos [Dos Passos, John]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Bélico
editor: ePubLibre
publicado: 1921-01-01T00:00:00+00:00


III

Henslowe llenó los vasos con el vino contenido en un oscuro recipiente de barro. Brilló en ellos el líquido del color de las grosellas. Andrews se echó hacia atrás, y con los ojos semicerrados contempló el blanco mantel que cubría la mesa, los panes pequeños, morenos y tostados que había sobre él, y, al otro lado de la ventana las amarillentas luces de gas y las siluetas pequeñas y oscuras de algunas casas.

Sentado a una mesa situada junto a la pared de enfrente se encontraba un muchacho cojo de rostro pálido e imberbe y dulces ojos de color violado. Muy cerca de él se hallaba una muchacha sin sombrero, con los ojos fijos constantemente en él y las manos apoyadas en sus muletas. En el centro de la habitación había una estufa encendida. Por una puerta entreabierta se veía una cocina iluminada y se oía el ruido de algo que se freía en una sartén.

De la pared pendían unos dibujos del Cerro tal como fue en otro tiempo, con anchos campos y molinos de viento. Eran dibujos oscuros, saturados de los riquísimos olores a comidas y exquisitos guisados que hubieron de absorber a través del tiempo, desde el día que su autor los dejó allí.

—Quiero viajar —decía Hanslowe, arrastrando las palabras—. Abisinia, Patagonia, Turquestán, el Cáucaso… Ir a cualquier parte. Mejor dicho, a todas partes… ¿Qué te parece si nos fuésemos a Nueva Zelanda a criar ganado?

—¿Y por qué no nos quedamos aquí? No creo que exista en el mundo un lugar más maravilloso que éste.

—Puedo aplazar una semana mi marcha a Nueva Guinea. ¿Qué diablos puedo hacer? Después de lo que acabamos de pasar no podría quedarme mucho tiempo en el mismo sitio. Se me ha subido a la cabeza tanta muerte, tanta sangre… Esta guerra me ha convertido en un vagabundo, en un aventurero.

—¡Ojalá hubiese hecho de mí algo igualmente interesante!

—Haz un lío de tus escrúpulos, átalos a una piedra y arrójalos por la barandilla del Pont Neuf. Luego empieza otra vez. Muchacho, es un momento único para vivir del ingenio.

—Sigues perteneciendo al Ejército.

—¿Y eso qué importa? Pienso alistarme en la Cruz Roja.

—¿Cómo?

—Conozco un truco.

Una muchacha de rostro ovalado y una sombra de bigote oscuro sobre el labio superior sirvió la sopa, una sopa espesa de color verdoso, que humeaba de manera reconfortante.

—Si me dices cómo puedo salir del Ejército me salvas la vida —dijo Andrews seriamente.

—Hay dos sistemas… Pero ya hablaremos de eso después. Tratemos ahora de algo más importante. ¿Has dicho que eres compositor?

Andrews asintió.

Tenían ante ellos una tortilla de pálido color amarillo con trozos de verdura y unos pedacitos de dorada manteca adheridos todavía a los bordes.

—Hablemos de música —dijo Henslowe.

—Pero, siendo un aventurero sin escrúpulos, ¿cómo puedes ser sólo un soldado raso?

Henslowe bebió un trago de vino y se echó a reír ruidosamente.

—Eso es lo gracioso del caso.

Durante un rato comieron en silencio. La pareja sentada frente a ellos charlaba en voz baja y suave. El fuego chisporroteaba en la estufa, y en la cocina batían algo en una ponchera.



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