Trampa para cenicienta by Sébastien Japrisot

Trampa para cenicienta by Sébastien Japrisot

autor:Sébastien Japrisot [Japrisot, Sébastien]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1964-12-31T16:00:00+00:00


Yo he asesinado

Mi mano enguantada de blanco le tapó la boca. Ella la apartó suavemente y se levantó, una larga silueta sobre el rectángulo de luz de la habitación vecina. Una noche, ella y yo habíamos estado ya así, en la penumbra. Ella me sujetaba por los hombros. Me propuso asesinar a una princesa de largos cabellos.

—¿Cómo sabes todo esto? Hay cosas que no puedes saber: la noche que ella durmió en mi casa, la noche que me paseé debajo de sus ventanas. Y después, el encuentro con ese muchacho, Gabriel…

—¡Me lo contaste tú todo! —dijo Jeanne—. En junio pasamos dos semanas juntas.

—¿No volviste a ver a Micky después de la pelea en la residencia?

—No. Me daba igual. Yo no tenía la menor intención de llevarla a Italia. Al día siguiente por la mañana vi a François Chance para arreglar el asunto de las obras, y tomé el avión que debía tomar. Al volver a Florencia ya tuve mis problemas. La Raffermi estaba loca de rabia. Yo no juraría que Micky no la hubiese llamado después de verme. Tú siempre pensaste que no. En todo caso, no había arreglado nada, más bien al contrario. La Raffermi siguió rabiosa hasta el final.

—¿Cuándo murió?

—Una semana después.

—¿Y tú no me dijiste nada más antes de irte?

—No. No tenía nada más que decirte. Tú sabías muy bien lo que yo quería decir. Mucho antes de conocerme, tú ya no pensabas más que en eso.

De golpe, la habitación se iluminó. Había encendido una lámpara. Me tapé los ojos con la mano enguantada.

—¡Apaga, por favor!

—Permitirás que me ocupe de ti, ¿verdad? ¿Sabes la hora que es? Estás muerta de cansancio. Te he traído unos guantes. Quítate esos que llevas.

Mientras ella estaba inclinada sobre mis manos, rubia, alta, atenta, todo lo que me había contado me pareció de nuevo como un mal sueño. Era buena y generosa, yo era incapaz de haber preparado la muerte de Micky… nada era verdad.

Pronto amanecería. Me cogió entre sus brazos y me llevó hasta el primer piso. En el pasillo, al aproximarse a la habitación de la antigua Domenica, no pude más que sacudir la cabeza contra su mejilla. Ella comprendió y me depositó en su propia cama, en la habitación que había ocupado mientras yo estaba en la clínica. Un instante después, tras haberme quitado la bata y darme algo de beber, se inclinó hacia mí, que temblaba bajo las sábanas y las mantas, me arropó, contempló mi rostro con ojos cansados, muda.

Abajo, no sé en qué momento de su relato, yo le había dicho que quería morir. Ahora, al notar el sueño que me entumecía, me asaltó un miedo ridículo.

—¿Qué me has dado de beber?

—Agua. Con unas pastillas de somnífero.

Debió de leer en mi mirada, como siempre, lo que yo tenía en la cabeza, porque me tapó los ojos con la mano. Oí que decía: «estás loca, loca, loca», y su voz se alejaba rápidamente, ya no sentía su mano sobre mi cara, después, de golpe, un soldado americano que llevaba la gorra militar de través me tendía una tableta de chocolate, sonriendo.



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